domingo, 7 de junio de 2015

Phoenix

Una cantante es traicionada y enviada a un campo de concentración. Al finalizar su calvario, vuelve con la cara totalmente desfigurada y pide a un eminente cirujano que se la reconstruya para que sea lo más parecida a como era antes. Recuperada de la operación empieza a buscar a su marido, un pianista. Pero el reencuentro no es lo que ella esperaba.


"Cold, cold heart, hard done by you, some things look better, baby, just passing through...", frío frío corazón, hecho difícil por ti, algunas cosas parecen mejores, nena, si las pasas por alto..., propósito de enmienda de Nelly, una desaparecida cantante que renace de su concedida muerte, que resurge de sus vertidas cenizas ante aquellos que traicionaron su ser, manifiesta judía cuya falsedad ya no importa como tampoco la verdad de quién es y cómo fue su historia, sonámbulo espíritu asesinado en su esencia, con mismo cuerpo pero diferente cara, que busca cobijo, abrazo y cariño, volver a una existencia perdida, plena, de extraño presente donde la más confusa y ausente es ella misma al hallarse vacía de corazón, fría de sentimientos y catatónica de razón.
Parada reflexiva que inmoviliza toda cognición y sólo permite andar cual errante caminante, vagabundo sin fuerza ni rumbo que necesita guía para llegar a encontrar su punto de destino, omitido reflejo en el espejo que parece nunca despertar de su somnolencia y turbada manifestación al rezar y suplicar por el amor hace tiempo correspondido cuando ahora, en su marchito presente, olvida otorgarse el de su merecida persona, autoestima que necesitará tiempo para encontrar su valor y salida e irrumpir con valentía, cual vedette deslumbrante, en el escenario montado, esa irónica y absurda obra de teatro, patrocinada por la ignorancia de un marido ávido de fortuna y donde con torpeza, ridiculez y sadismo tendrá que interpretar a Kelly, cantante nunca más desaparecida, por siempre judía que 
regresa triunfante del holocausto, una guerra nazi que sirve de telón de fondo y excusa para la representación de la obra pero en la que apenas se penetra o indaga, superficialidad que pretende centrarse en los personajes, perdón, en la estrella, en ese ave fénix rodeado de pájaros menores que ni le hacen sombra, ni se les permite, al no otorgar beneficio de espacio a su desarrollo y quedar, en suspenso, el anhelo de saber más de ellos, un necesario y demandado conocimiento que permitiera redondear la historia.
Porque, sinceramente, 40 minutos gélidos de reconstrucción y moldeado de la nueva Nancy, encuentro con su Kent, que por lo visto es corto y alelado de modo que, más minutos y rodaje para vestir, maquillar, enseñar a hablar, caminar, escribir a la hallada como vieja-pretendida-Nancy pero nueva y perfecta, maravillosa aunque nunca deje de ser la 
Nancy de antes, ahora y siempre, un jueguecito ameno y curioso que tampoco logra despertar gran devoción, excepcional Nina Hoss como víctima martir que ha perdido su identidad y la recobra a través del contacto con aquel que ni siquiera la reconoce, menos creíble su compañero de reparto,  Ronald Zehrfeld, ante un papel de bobo que no se entera de la película que él mismo monta y, una notable fotografía de la nocturna Berlín, de la posteridad que sobrevive a la fatalidad del pasado que, aunque perfecta y exquisita, sólo aporta rabia de observar talento expositivo que apenas le dice nada a los sentidos, un corazón tranquilo que no se emociona ni suspira ni altera, que permanece frío, estático y muerto, como el personaje protagonista que, es verdad, es lo que cuenta, el estado anímico en el que se encuentra pero ningún sentimiento análogo, propio o mutuo de afinidad deseada surge que permita un gustoso y suculento afán de acompañarla en su loca y enrevesada aventura 
mezcla de miedo, curiosidad, incertidumbre, amor y deseo, pausado observar que no motiva ni estimula, en exceso, las ganas de compartir ruta hasta el descubrimiento del pastel donde se retiren las máscaras y se de el baile y la fiesta por acabado, fin de la pantomina de una ópera que habrá terminado cuando cante, no la más gorda, sino todo lo contrario, la más seca, famélica y callada que recuperará su magnífica voz para sorpresa del director de orquesta sentado al piano.
Teoría apetecible y presuntamente sabrosa cuya acción esperas con interés de resultado, reflexiva práctica que cumple con las expectativas, lento caminar de pausa electrizante, angustia constante y fisgoneo atento al siguiente movimiento que combina torpe y fatalmente, como opuestos que no se atraen ni conjuntan ni ¡con cola!, con una práxis emocional que no se siente, ni percibe, ni degusta las sensaciones observadas, desfile obtuso y raído de aflicciones poco verosímiles que no alcanzan, para cautivar o amendrentar, al espectador.
No saber dónde se está, quién se es o hacia dónde se va es sugerente y apasionante, argumento de esperanza óptima para quien gusta del olvido, la ingratitud, la tirantez asfixiante y el pánico anímico, entonces ¿dónde quedaron dichos sentimientos?, ¿por qué su guión no permite acceder a los mismos?, ¿vivirlos sin tortura de resaca culpable por esa pesadumbre de no poder captarlos?, ¿quedaron estáticos en la escritura del papel proyecto del largometraje?...
..., porque no surgen en vivencia, su aparición es captada por la mirada y la razón pero no logra ir más alla, ahí detiene su camino contaminando al público del hermético halo de princesa encontrada pero sosa y apática, dejando al vidente huérfano de aspirar, con completitud, toda la sintonía armónica de tan meritoria actuación pues ¿de qué sirve esta gran lectura de la partitura si su envolvente sonido ni abraza ni envuelve?, y dictamino, con poca duda de exiguo error, que todas las alabanzas y tributos vertidos hacia la presente versan sobre su teoría y práctica reflexiva, quedando la emocional olvida, abandonada y hueca.
"Say you, say me, say it for always, thats the way it should be, say you, say me, say it together naturally", di tú, digo yo, dilo por siempre, esa es la manera que debe ser, di tú, digo yo, digámoslo juntos naturalmente..., lo diga quien lo diga, una elegante última escena que no equilibra la falta de empatía sensitiva, de vivencia entrañable y apetencia continua que conmueva y aflija el resto del relato.