lunes, 28 de septiembre de 2015

El desconocido

Carlos, ejecutivo de banca, comienza su rutinaria mañana llevando a sus hijos al colegio. Cuando arranca el coche, recibe una llamada anónima que le anuncia que tiene una bomba debajo de su asiento. La voz de un desconocido le comunica que tiene apenas unas horas para reunir una elevada cantidad de dinero; si no lo consigue, su coche volará por los aires.



“El hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra”..., y tres, y cuatro, y cinco, y ¡las que haga falta!
La pregunta es ¿logra crear tensión, emoción e inquietud?, ¿el guión es bastante intenso, cautivador y penetrante?, ¿te lo crees y lo asumes al instante, lleva su tiempo o nunca llega a ser aguda su incertidumbre?
La respuesta es un contínuo, evolución que progresa de menos a más, siendo su última media hora la que la salva de juzgarla como poco apasionante y escasamente meritoria pues, su previo pone a prueba tu paciencia e inspiración por ella, guión dialéctico de mínimos que se apoya mucho en la capacidad interpretativa de su protagonista, un experimentado, siempre soberbio y gratamente cumplidor, Luís Tosar, que cubre y saca adelante las carencias comunicativas de un endeble escrito para con la atención del espectador.
Su comienzo es de ínfimo aliciente, de pobre arrebato, el cual apenas toma mejor cariz y robustez conforme progresa, siendo el susodicho magistral actor quien salva la papeleta, hasta ese tercer tramo donde ya adquiere fuerza propia y es capaz de valerse por si misma, momento de coincidencia con el atrape del público y la confesión oportuna del por qué de todo el numerito montado.
“Papá, pero ¿qué has hecho?, pregunta una angustiada hija a su desesperado padre, al tiempo que el vidente recibe la información que despeja tanta incógnita, excusa vengativa, muy de los tiempos actuales, y muy acorde con la frustración del ciudadano medio por cómo es tratado por los mandamases que controlan el poder económico, y sus respectivos directores, que deciden a quién reparten parte del pastel y quién se queda fuera.
“Joder, papá, ¡no te acordabas de ellos!”, limpieza mental que sigue con la estratagema de mentir y salvar el culo hasta el final pues, si como dice el proverbio “se coge antes a un mentiroso que a un cojo”, éste miente muy bien, sin cojear, por costumbre y rutina de experiencia hasta que, se equiparan los golpes y ambos, acosador y acosado, se hallan al misme nivel de vergüenza, desolación y servidumbre.
“¿Qué se siente cuando te lo quitan todo, Carlos?”; para entonces ya estás metida de lleno en la trama, parte emocional sentida con pulsación vibrante que tarda en aparecer y hacerse contigo, ¿suficiente para cubrir y perdonar la espera?, si porque el recurso aportado, como motivación de tanto daño y desastre, es familiar y cercano, conocido de todos los días a través del telediario, lo cual permite que te involucres con facilidad y rapidez para terminar, con un disfrute, más amplio de lo previsto dado su desconectado inicio.
El desconocido, con diferentes nombres pero, todos conocemos alguno, la cuestión de lo justo, de lo comprensible, de si te parece pertinente ya es a consideración personal y subjetiva, justicia tomada por uno cuando falla la del Estado, debate muy antiguo donde la norma conductual es “la letra con sangre entra”, y el dinero escuece donde no padece el alma; el objetivo es herir a quien a herido, ojo por ojo-diente por diente, cumplir la ley del Talión pues, por lo visto, ya quedó claro hace años que, Hammurabi, no se equivocaba.
Su adrenalina no es constante e incesante, deberás esperar a los postres para ello, pero su presentación es noble y loable, con un correcto y adecuado ensamblaje, potente por espacios su trama carece de novedad, buena dirección y montaje de Dani de la Torre, no tanto el guión de Alberto Marini.
Válido thriller español, imitador de la tirada en serie que produce la meca hollywoodiense cada año, con un evidente y acreditado esfuerzo, que tampoco hay que elevar a los altares por el coste productivo que supone para nuestro cine; buen trabajo, aplauso, palmadita en la espalda pero, ¡a seguir con la labor!, que se puede perfeccionar en estilo y carácter.
Quiero concentración, de mirar la pantalla fijamente y no poder respirar de la presión y angustia, los 102 minutos de la película, ¡no únicamente treinta!, y dejar de sentir esa condescendencia de quien mira, desde abajo, trabajos similares y superiores; vamos por buen camino pero, podemos hacerlo mejor y ¡más completo!

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