sábado, 12 de septiembre de 2015

Good kill

Un padre de familia comienza a cuestionarse los valores morales de su trabajo en el ejército como piloto de drones desde los que dispara misiles a objetivos terroristas pero que matan a multitud de personas.


La guerra, que nunca debe ser, ya no es lo que era; se hace a escondidas y con engaños.
Que al principio de una historia te pongan "basado en hechos reales", siempre le da prestigio, solidez a lo narrado, sea esto cierto o no, se acerque a la realidad de lo ocurrido o se aleje de ella; en esta ocasión, tenemos una verdadera historia de terror, de pánico envolvente por lo que está en juego y la gélida práctica que en ella se realiza, con el ambiente necesario para volverse obsesivo, loco y perder la noción de lo correcto, justo o sensato, sensación de parque de atracciones, para tiradores voluntarios, con el respaldo de esa lealtad al cuerpo y obligación de cumplir las órdenes a pesar de la cuestionable procedencia, legitimidad o moralidad de las mismas.
Escenografía de pasos repetitivos, secos, sin calidez ni esencia, cual mente hueca y estéril que debe ejecutar/jamás pensar, en un escenario frío, austero y postizo, de corte y pega en pleno desierto caluroso de Las Vegas donde, atraviesas una puerta y eres un piloto, que no pilota aviones, pero sí dispara al blanco, en esas largas sesiones de jugar a los marcianitos con reales personas, vidas eliminadas -justificadas o no- que se acumulan en el cajón de la memoria, la cual, por mucho que quiera olvidar, parece no poder con ello.
Porque "una vez los has visto, ¿cómo haces para dejar de verlos más?", dilema insuperable que parece llevar consigo la quema del alma y la destrucción de 
uno mismo ya que, cuando el discurso oficial y patriótico, de lavado interior para que la razón no sufra ni de problemas con incómodas preguntas, no funciona, no se siente, ni consuela por tiempo más ¿qué queda?, uniforme de alas y estrellas, de paga fija y existencia acomodada y confortable, para un espíritu destrozado y calcinado que se aferra a un cielo y vuelo que nunca más volverá a realizar pues, le necesitan como ejecutor de la inmundicia que el propio gobierno delega a terceros.
Guerra a distancia, a través de pantalla, se acabó el cuerpo a cuerpo en campo de batalla -¡qué fastidio para Chuck Norris!-, se elimina el riesgo, se reducen las víctimas y se evapora la conciencia de ofensiva contra hombres, mujeres y niños de carne y hueso, sólo son imágenes que, una vez abierto el permiso de ataque, desaparecen tras 10 segundos de media por impacto.
Ethan Kawke, intenso, agónico y comedido en combinación serena y potente de los tres adjetivos al tiempo, vuelve a colaborar con Andrew Niccol en este thriller dramático, agudo e inteligente que aborda el uso de drones para la lucha bélica en una sentimiento, perpetuo y continuo, de aversión por la intimidad de uno para con su conciencia y remordimientos, esa repugnancia por lo que se hace que se queda en la personal cárcel de claustrofóbica presencia, ardua y perenne, aniquiladora, gota a gota, a pesar de vivir en vastos y abiertos terrenos de libertad, luz y aire.
"Good kill", buen tiro, objetivo a cumplir, exhibido con lentitud de maniobra y pausa de andadura para inquietar al pensamiento por su desgarradora armonía, escasez de distracción, punto fijo en el trance de pulsar un maldito botón, sólo la hermosa fotografía desértica, de testigo apaciguado, de quien convive en un infierno que se cuece, a fuego lento, con munición efectiva y precisa.
Sin incidir demasiado en discursos propagandísticos, expone la situación, narra la rutina, cuenta, con franqueza repulsiva, la barbarie que ocurre a miles de kilómetros de distancia, dirigida desde barracones acondicionados con esa rotundidad, angustia y pavor de lo visto y pertrechado en apenas segundos, letal catatónica mirada de quien está cuadrado, robotizado, serril y dudoso de sus actos.
Película para pensar y reflexionar, para involucrarse con la opinión propia y seguir impactada tras ella, comando de dioses dictadores, con la ley y el poder de su lado, que hiere, impresiona y deja huella.
No es tan impresionante ni abrupta como hermanas similares que han abordado el tema militar y su desparramada contienda con mismo enfoque y denuncia, ni tiene esa acción deslumbrante que caracteriza y define a las mismas, pero es agresiva y eficaz dentro de sus devoradores silencios, de su ira taciturna, de su violencia oculta, de su atrocidad y cobardía nunca confesada, pero siempre presente, como voraz demonio que no descansa.
Hipnótico y cautivador Ethan, que a cada elegido trabajo se supera para placer y disfrute del espectador fan, muy clara, sobria y concisa la dirección de Andrew, su guión opta por la escasez de pronunciación, movimiento y decorado, pero es tajante y rotundo en su mensaje y contenido, aducida rigidez y nervio que, al igual que la tortuosa caja donde se llevan a cabo las deleznables matanzas, por fuera parece sosa, aburrida e inofensiva pero, por dentro, en su sensible y sentido corazón, es tensa, doliente y escalofriante.
Terror lícito, legal horror invaden la atmósfer ay cortan la respiración; indigesto que complace, engorro que satisface.



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