jueves, 12 de febrero de 2015

Dioses y perros

A veces, los perros consiguen convertirse en dioses y, el sparring no es al que pagan para recibir golpes sino el que los da y, sólo por ello, por esa ínfima posibilidad siempre abierta, la vida ya vale la pena.
Una vida parada, estancada, hipotecada por no frenar a tiempo antes del stop, con esa losa pesada, tortura mental que nunca descansa ni se relaja de una culpa que devora y martiriza lentamente el espíritu y destroza, aniquila, succiona, evapora cualquier esperanza de futuro encomiable o alegría para el corazón, remordimientos en un cuerpo moribundo de alma futigada que vive, respira y camina para compensar dicho error olvidando su atormentada persona que no tiene lugar ni fuera ni dentro de él pues, todo su espacio fue vendido aquel fatídico día que siempre arrastrará/nunca olvidará.
Una parada de autobús, éste que no llega, ganas de acabar un penoso día y, la vida te abre una ventana para compensar el angustioso y horrible cierre de la puerta, ese inesperado rayo de luz que se filtra, penetra, absorbe e ilusiona hacia el alcance de esa felicidad perdida pues "...recupera tu vida, amigo, que yo voy a empezar la mía"
Nadie como Hugo Silva para encarnar a ese delicioso sufridor perenne, leal amigo de sus amigos, incondicional hermano asistente, siempre a las duras/nunca saboreando las maduras, de corazón noble, coraje al alza, ansia controlada, pensa sobrellevada, de sueños olvidados por abandono voluntario, artífice procurador de alegría e ilusión para los otros, tristeza adosada a un rostro herido de sonrisa postiza que esconde todo el castigante dolor que sus espaldas cargan, de dejadez suprema es el mástil que endereza el barco, lo mantiene a flote y con rumbo fijo, al que deseas abrazar, mimar, besar y querer y, a quien se le ofrece esa mano esquiva de acceso a una sonrisa tenue, muestra del paraíso alcanzado sólo con la fuerza de los dedos, sin necesidad de la palma ni de brazo sobrante ya que, la necesidad abre imaginación, la oportunidad derriba muros y "...no hay sueños imposibles, sólo soñadores con poca voluntad".
Película humana, frágil, de sentimientos vivos que no se expresan, emocional, dramática, agriamente sabrosa, de gran frustración llevada en silencio hasta que, la verborrea incesante de su ángel, le despierta de ese insomnio inmerecido que aturde, ahoga e impide la sincera habla comunicativa, cercana, viva, de roce sentido y toque insinuado, de esa calle transitada, una y otra vez, vista sin pausa pero mucha tortura que no encuentra salida y es manzana redonda volteada sobre si misma sin compasión ni ayuda externa, tristeza de gran esperanza, sordidez de gran amargura, dura en su crudeza, sensible en su estimable cariño y devoción, todo un héroe anónimo/culpable en la sombra que logra librarse de su mortificación auto-inflingida con localizaciones externas de simbología muy bien elegida, diálogo mordaz, puñetero, de chispa candente y puñal al tiempo presente que encuentra gran sintonía y alianza para con el carácter callado, silencioso, pensativo, de forjada personalidad voraz, fuerte y resistente ante el tortuoso caballero protagonista fabricado en extremis, tanto así la música, una banda sonora de papel crucial en las escenas pertinentes donde ha sido muy acertada la elección del sonido personal y exclusivo para cada momento.
Superación de las dificultades de ritmo pausado, lento y gustoso que acelera su pulso en su recta final, escena resolutiva vista y no vista emulando al mejor Indiana Jones sin látigo pero con puños, propiciando la benevolente resolución, que el público espera, a tanta tragedia, merecida compensación a un mártir que ha sanado y cicatrizado sus heridas.
Se aprecia y estima, siente y goza, fácil involucrarse en su persona, sencillo y disfrutable acompañadle en su andadura, nada no visto antes o de fácil adivinación en su paso siguiente, es seca, sencilla y amarga pero, poco importa cuando atrapa tu interés, emociona tu alma y acompasas cada fotograma con apetencia de un correcto y agradecido trabajo realizado por David Marqués hacia este desguace anímico que se recompone y encuentra su salida, su "azul sobre negro" pues, por muy perro que uno haya asumido ser, uno es el dios/director/capitán incansable/artesano loable de su existencia donde "Cuando pierda todas las partidas, cuando duerma con la soledad, cuando se me cierren las partidas y la noche no me deje en paz, cuando cueste mantenerse en pie, cuando se rebelen los recuerdos y me pongan contra la pared, resistiré erguido frente a todo, me volveré de hierro para endurecer la piel y aunque los vientos de la vida soplen fuerte, soy como el junco que se dobla pero siempre sigue en pie, resistiré para seguir viviendo, soportaré los golpes y jamás me rendiré y aunque los sueños se me rompan en pedazos, resitiré, resistiré..."




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