sábado, 21 de febrero de 2015

Paddington

Cine para todo el público, ligera comedia familiar para pasar el rato con disfrute nada complicado, por tanto, como indica su nombre, ves dispuesto a reírte en compañía de tus seres queridos, -pensada especialmente para niños-, amigos entrañables y colegas guasones o, conviértete por noventa minutos en uno de ellos, de mirada cándida, oídos atentos, ojos que se asombran, boca muda ante lo ofrecido en pantalla, manos agarradas al asiento a esperar la sorpresa, amplia sonrisa facilona siempre dispuesta a su presencia, gestos inocentes de sentimientos varios según vaya transcurriendo el relato por los puntos previstos..., es decir, curiosidad en la presentación del protagonista -oso que por necesidad emigra en busca de un nuevo hogar-, lástima por su inesperada desgracia -abandonado en estación desconocida sin conocer a nadie ni saber dónde ir-, alegría de repentina y fortuita aventura -acogida temporal, por familia bondadosa, llena de reveses, malabarismos, volteretas y accidentales mareos que amenizan, entretienen y ocupan tiempo-, el susto y miedo de la mala malísima que quiere destruir su nueva felicidad descubierta, temor y preocupación del contratiempo que le lleva a caer en sus manos, descanso, alivio y aplauso del rescate glorioso de orgullosa familia feliz a la que ya, de por siempre, pertenece y..., ¡colorín, colorado, este cuento se ha acabado!..., sólo que, la bruja de todo digno relato fantasioso, una estilizada y supernova 
Nicole Kidman, queda muy lejos, incluso estéril, en su función desgarradora del alma e ilusión de los más peques de la maravillosa y deslumbrante Glenn Close de "101 dálmata" como Cruella de vil cuya motivada malicia, demencia latente y locura manifestada era sabrosa, inquietante y terrorífica, no un posit moderno de creación cibernética rubia que apenas da para sentir conjoga o turbación..., sólo que, el presente y novato peruano oso, como extraño visitante en Londres y sus precipitadas torpezas dan para unas primeras carcajadas y delicias pero, después suenan a repetición abusiva y forzosa exhibición, con un poco de exageración infiltrada, para prolongar lo que se quedo en su principio, unas honestas risas y sinceras muecas de complacencia que no van más allá de los primeros minutos..., sólo que, la referencia a varias escenas clave y carecterísticas de diversas películas es toque estiloso de grato instinto que no consigue afianzar el efecto pretendido..., sólo que, aún sabiendo la ilusionante acogida como huésped invitado en casa temporal, el rechazo oportuno del 
huraño cabeza de familia, el amor, cariño y comprensión maternal, la amistad inmediata con un hijo más dispuesto, la torpeza áspera pero solucionable con otro -de normal de género distinto para cada rol- y no hacerle ascos a su previsible camino de andadura llana y anticipada, nada que ver con un glorioso, sublime y magnífico -inolvidable, al que se echa de menos- "Eduardo manostijeras" que encarnaba a la perfección, con maestría sensible y emoción abierta, el susodicho proceso a recorrer.
Vale, no seré canalla ni maligna ni exigente pero..., ¿no son los niños sinceros en su reacción, nítidos en su expresión, evidentes en su gesticulación, obvios en si algo les gusta o resbala, si genial o ni-fu-ni-fa, a los que no se puede dar gato por liebre ni engañar con medias tintas?, porque, al principio, muchas exclamaciones de contento, diversión y entretenimiento honesto que van desapareciendo, lentamente pero con clarividencia, hasta el silencio inhóspito por ínfima emoción o la habladuría molesta por desconexión de lo narrado.
Paddington, corazón, un montón de halagos y alabanzas te caen por doquier, merecidos ante la fantástica, esmerada y lustrosa técnica trabajada para llevar tus tradicionales relatos y aventuras a la gran pantalla, con actores de renombre inglés acompañándote en la expedición y una comparanza como el nuevo Little Stuart, amante de la mermelada y más gordito..., siento decirte que, concluyente exageración por falta de evidencias no halladas ante tanto peloteo pues, eres simpático, algo gracioso y molón según se mire -¡quién no ha querido tener un gran oso de peluche que, a la postre, te hable amén de dar abrazos suaves y esponjosos!- pero ¡tampoco das para más!, tus compañeros de fotograma y pantalla parecen canicas a la espera del siguiente golpe y rebote y, el pequeño ratoncito era de baja estatura pero transmitía un enorme corazón, un fabuloso carisma y una sencilla sensibilidad que te llegaba al alma que aquí, por desgracia para mi, no encuentro.
No es buena señal que, mientras vas haciendo camino en tu animada expedición, vaya recordando hermanos mejores de comedia familiar e inventiva artística más suculentos y apetecibles que lo que aporta tu presencia.
Das para pasar el rato, eso sí, pero si aparece cualquier pariente cercano de similar traza -o incluso lejano- te dejo y ¡me cambio de vagón, butaca y película!, no te ofendas.



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