domingo, 15 de febrero de 2015

No confíes en nadie

"Estamos construyendo confianza", sólo que ¡te olvidaste de la mía!, hay que cabeza de memoria más perdida que aburre a presentes voluntarios y curiosos de lamento nunca compensado.
Películas sobre pérdida de la memoria..., en género comedia romántica, tenemos a un Adam Sandler de conquistador y novio perpetuo de una Drew Barrymore a la que también le duraba la memoria un día en "50 primeras citas"; en el género de thriller de acción, a una Geena Davis que no sabía quien era en "Memoria letal" pero lo recordaba al son de su transformación a rubia asesina que empuña una pistola al tiempo que le hace el desayuno a su querida hija; en el género romance dramático, a un fabuloso Jim Carrey en "Olvídate de mí" que quiere borrar voluntariamente, y de forma desesperada, los angustiosos recuerdos dolorosos de su ya ex-novia; a continuación, la reina de las reinas, "Memento" que no necesita presentación ni explicación, simplemente mírala y goza de la conjunción maestra de argumento/guión/intérprete/incertidumbre/tensión/pasión/delicia/horro/ansiedad/tortura/misterio y caos..., y un excelente rodaje que aumenta la ya de por sí vivaz adrenalina existente; varias colaterales de escasa aportación y nula mención y, luego tenemos esta "No confíes en nadie" que no tiene un halago, ni un acierto, ni un parecido -por desgracia- 
a la predecesora mencionada y que, visto lo visto, posee un guión soporífero y muermo, de desarrollo más somnoliento si cabe, en el que está claro que nadie puede confiar para producir una velada amena, entretenida y gustosa de buen thriller, intriga atractiva e incógnita a resolver con tanta argucia definida y oculta que desquicie tu razón, atrape tu alma y vuelva loco a tu corazón.
Tus perspectivas son buenas y apetecibles, buenas intenciones de sobrada gana manifiesta, dos intérpretes -y un tercero, Mark Strong, que resulta ser el mejor y único no perdido en la definición de su papel- de peso que, gusten más o menos, siempre realizan un esmerado trabajo de percepción notable y calidad garantizada, personalmente respeto, admiración y devoción por un Colin Firth que se luce espléndidamente, con demostrada valía, en cada película y fotograma, sea el género que sea -reconozco que mi entusiasmo por Nicole Kidman no es el mismo aunque, aprecio su esfuerzo y mérito y, 
en ocasiones, gran labor realizada aunque, otras veces, se me atraganta ¡la verdad!-, un argumento que se alimenta del libro de S.J. Watson -de relato inquietante de sabroso placer para quien haya procedido a su lectura- y, por tanto, en el que no caben invenciones de fraude digestivo por su escasa apetencia o nulidad creativa, sólo un guión nutritivo que recoja el enigma, secreto, nerviosismo, angustia, recelo, duda, parálisis y agonía de no saber quién eres ni en quién confiar.
Entonces, ¿a quién achacamos su arduo, lento, improductivo, áspero y soso resultado?, porque, Rowan Joffé, ¡tienes todas las papeletas!, porque la desgana y dejadez, poco a poco, van haciendo aparición en ti ante una mirada que se ralentiza, un interés que se evapora, una mente que se aburre pues al minuto cuatro ya anticipas al malo malísimo, amén de un pobre descubrimiento de todo el meollo que es tan nimio, escaso e indiferente que ni te hace reaccionar, ni te sugestiona o despierta de tu levedad ni consigue mantener tus pupilas al cien por cien en ellos, menos en su cuestión resolutiva. 
Un comienzo prometedor que va soltando lastre conforme avanza hasta quedarse sin fuerza, vigor o impacto que atraiga y mantenga la atención del público, impresión magnífica de apertura, exquisitez ante el alzado del telón y la lustrosa mesa servida de comensales deliciosos e interesantes pero, cuyos platos ofertados son fríos, exiguos e inapetentes y la conversación proporcionada rescoldo agrio, triste y dañino de lo que pudo haber sido pero nunca será.
Apagada, neutra, sin emoción ni empuje ni nervio, se limita, coarta y entorpece ella misma en su devenir anulando toda su posibilidad de ser y complacencia, drama que extiende y mueve sus alas con ineficacia probada ya que su escasa potencia apenas produce aire, brisa o sentimiento que mencionar o recordar porque si "...,sentir es mejor que pensar, sentir es mejor...", aquí no se da ninguna de ellas y, para esta ocasión, por desgracia, el tiempo es perdido, los pájaros de barro nunca volaron y la insurrección quedó en nada, tristemente Manolo García, pues ni llegó a comenzar ni mucho menos a despegar.



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