lunes, 16 de febrero de 2015

Trash, ladrones de esperanza

"¿Por qué, después de lo que pasaron, continuaron? Porque era lo correcto, ellos dijeron"
Stephen Daldry nos narra un cuento, la historia marginal, oprimida, aventura esclava de unos chavales que viven en la pobreza y miseria de un vergonzoso cinturón social y económico donde, la basura de otros, es la riqueza de ellos, subsistencia plasmada con realismo y veracidad exquisita de gran persistencia y coraje, viveza y lamento de quien no desfallece y forma una amistad que es vehículo de fuerza, cariño, alegría y dolor compartido. 
Dicha fábula, de autenticidad suprema, deleitosa y fotografía maravillosa y latente, vivencia absoluta de su amargura, dificultades y agresión cotidiana, tiene aleccionador mensaje final, una llamada a la revolución, al alzamiento del pueblo para romper una injusticia e inmoralidad que aniquila a unos/alimenta a otros, a salir a las calles y enfrentarse a quienes abusan y se enriquecen de la tragedia de aquellos que tienen menos pues sólo son desperdicio, piltrafa y peones de recambio para ellos.
El hallazgo de una cartera y los actos que se derivan de ella como excusa para exponer y denunciar una verdad a gritos de podredumbre, asfixia, desigualdad y abandono de una parte de la población brasileña, existencia conocida de marginalidad y delincuencia, escasez, indigencia y desdén que separa las dos caras de una moneda que sólo se tocan para sacar provecho y beneficio la una -siempre la misma- de la otra.
Corrupción política, soborno policial, compra de los medios, mentira publicitaria, recursos varios de métodos ocultos para el cinismo y la desvergüenza de un abuso sabido y permitido, dominación ilegítima legitimada por unos poderes e instituciones mancilladas por quienes las representan, usan y dirigen a beneficio de uno mismo, la areté -virtud- del gobernante y ciudadano vendida al mejor postor, fuera ética, moral o una diké -justicia- de una polis que, aquí, gusta de la violencia ante lo ilícito, vulgar y despreciable de su vil tergiversado nombre. 
Lo mejor y más destacable es la visión veraz, franca, noble, moribunda y asentada de dos submundos que rozan sus esquinas, se alimentan mutuamente pero, no permiten intoxicarse con la ruindad, auxilio y necesidades de quien ha sido despreciado, vapuleado y arrojado a la dejadez y el olvido, ojos cerrados de corazón que no siente pues lo que no se ve no existe y, las pocas veces que asoma la cabeza y hace ruido, se le acalla y aplaca a base de golpes, despotismo, excesos y tiranía para que no ose olvidar, ninguna otra vez, cual es su lugar y posición ni pretenda adiestrar o sugerir a otros a escalar una montaña que no es suya ya que, ha sido comprada y ocupada por los más ricos, opulentos y acomodados para construir un paraíso privado de vida de lujo, consumismo, individualismo, egoísmo y propiedad que embellezca, con falsedad y superficialidad, lo propio y sagrado; 
amén del conformado trío fantástico protagonista que poseen una gracia, temple, salero y gran habilidad para transmitir sus emociones, penurias, calamidades y pequeñas alegrías, entre envestida y tormento, de sonrisa amplia y feliz pues, saben como nadie, disfrutar y valorar lo importante de la vida y sacarle su máximo partido cuando éste llega; más un esmerado Martin Sheen que debería haber tenido más papel participativo y conciencia de rol por su sabia mirada y sentida actuación; y una escenografía vivaz, tenaz, potente y loable que logra reflejar, magistralmente, esa triste y penosa contemporaneidad con inteligencia fiel y testimonial.
Entretiene moderadamente, con apetencia media de expectación suave y comedida que no sobresalta, ni inquieta, ni impresiona ni exige demasiado, no hay sorpresas ni giros imprevistos no vistos en filmes anteriores, carrera de pasos cuya memorización recuerda a partidas similares sin un atractivo o estímulo que vaya más allá del reportaje subversivo 
y agitador -no tan logrado como se esperaba- de un drama conocido y familiar que vemos, casi diariamente, a través del telediario; puede que le sobre tiempo, entre 10 y 15 minutos, a su venta de un imperativo categórico que, hasta el mismísimo Kant, hubiera firmado, menos vocación soñadora de fábula edificante y más ardiente y aguda protesta de una situación humillante, deleznable y lamentable que es el pan nuestro, malditamente habitual, frecuente y establecido, de cada día y que hubiera redondeado un relato denuncia/informativo que llama a no conformarse, ni bajar la cabeza y hacer lo correcto para que todos, la sociedad y en particular, la perversión y vicio de las favelas de Río de Janeiro, vayan a mejor, prosperidad y bienestar de la que participen todos, no sólo unos pocos, y que el mundo sea ese lugar hermoso y radiante que, el hombre con sus malas acciones y peores pensamientos, ultraja y ensucia pues...,"...,si somos hijos, hijos de un mismo Dios, ¿por qué siempre caen los mismos, por qué?, oye dímelo..., si somos hijos, hijos de un mismo Dios, ¿por qué los ojos se nublan?, ¿por qué los ojos se acostumbran a todo este dolor?, que la sensibilidad de Macaco ha expresado con tanto arte, sencillez y sinceridad deliciosa.



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