jueves, 27 de agosto de 2015

El bailarín del desierto

Basada en una historia real que narra cómo Afshin Ghaffarian arriesgó todo en el año 2009 para formar una compañia de danza en su país natal, Irán, en medio de los conflictos políticos, las elecciones presidenciales de aquél año y desafiando la prohibición que rige en el país sobre el baile.


Un footloose de la danza expresiva, que se medio olvida de la batalla contra el sermón religioso y, ¡no todo es bailar!
"En tu luz aprendí a amar, en tu belleza encontré poesia, baila dentro de mi corazón, donde nadie más puede verte", rotunda expresión de quien no siente la soga al cuello de la muerte rondando para expresar sus emociones, alegrías y tristezas, el baile como lenguaje secreto de un cuerpo que vive, ama, se emociona y sufre al no poder comunicar todos sus sentimientos pues están retenidos en la cárcel impositiva de humanos barrotes.
Esa sensación única de libertad al conectar todos tus sentidos y manifestarlos a través de la belleza artística de un desafiante cuerpo físico en movimiento, ese vaivén elegante y suntuoso que suspira, se desliza y existe para hablar a través de la hermosa fotografía que dibujan las manos, el torso, las caderas y demás miembros al conectar, con armonía sutil y exquisita, consigo mismo y con un espectador hipnótico, que encantado y hechizado, no puede evitar -ni quiere- seguir mirando y estremecerse con la magnífica actuación representada.
Porque, aunque es una historia real sobre la censurada Irán, en su día, tierra donde nació la gran poesía y la primera carta de los derechos humanos, actualmente y desde la revolución, nación donde toda 
la libertad de expresión es prohibida, perseguida y duramente castigada a través de la policía moral que vigila el cumplimiento de sus estrictas normas y abominables restricciones, prefiere centrarse en destacar el espíritu artista de quien no puede refrenar su motor corporal pues está lleno de deseo, ansia e inspiración para crear e inventar, esa imperiosa necesidad de respirar, con profundidad, lleno de gozo, placer y orgullo pues ya no le afectan las leyes, las prohibiciones ni el pecado impuesto por otros, tiene su propio refugio, todo un espléndido y magistral desierto donde ser, para su escogido y valiente público, un bailarín.
Porque, eso es Asfhin Ghaffarian, nacido en Irán, de profesión bailarín, por mucho que otros quieran acallarlo, aprisionarlo o moldearlo.
Y el sueño cobra fuerza, y el demonio sigue, siempre vigilante, al acecho y aunque la victoria es pequeña en testigos, es grande en honor, coraje y bravura, impresión magnífica, nunca olvidada/jamás repetida que siempre estará ahí, como muestra perenne de andadura en tan pedregoso camino.
Es bonita, placentera y apasionada en su exhibición estética, en su bella y cuidada performance pero, en el símbolo que estos jóvenes representan al mantenerse de pie, en sus convicciones, a pesar del puño de hierro que amenaza y cae sobre ellos, en la lectura de su discurso interior de lucha, es tenue y comedida, se impone una auto restricción argumental en dicho contenido que, sin embargo, explota gratamente, en el lado contrario, para beneficio de una vista colmada -excelente la coreografía del desierto-, sin reparo ni moderación.
Respecto la trama de protesta y reivindicación de una existencia digna de respeto por las personas y sus pensamientos es ligera, pobre y escasa/abundante y soberbia en su centro expresivo del arte que nace y se lleva dentro, respecto la historia de amor insinuada, apenas se ven los mínimos toques de su comienzo, se olvida de ella; epopeya de superación de las dificultades con premio de ser real el protagonista.
Es dulce y sensible en una parte/blanda y comedida, sin incursión inquisitiva, en la otra, toda la intensidad de las escenas de danza son relegadas al cajón del olvido cuando se trata de abordar el conflicto político y religioso, convivencia de ambos lados que te lleva a adorar una/lamentar la otra por no sacarle más partido, sólo una exhibición mediocre, finamente correcta, de lo que realmente allí se teje y tiene lugar.
Sin el vigor, carácter y fortaleza del enfrentamiento humano y la revuelta que le acompaña, únicamente queda Saba, escuela de arte iraní, en secreto, que consigue llegar a París para ser certera, reconocida y actuar por toda Europa, menos Irán, por supuesto.
Adolece de no alimentar ambas partes con la misma rotundidad y contundencia; en conjunto, débil.



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