sábado, 15 de agosto de 2015

Señor Manglehorn

Un hombre excéntrico y solitario cometió un crimen que le hizo perder al amor de su vida...


Obsesionado por la fantasía de lo imposible, acaba aceptando la realidad de lo posible.
¿Cuánto tiempo puede durar el interés y la curiosidad por Clara, la mujer fantasma recordada con devoción, amor y eterna constancia por su decrépito y hundido amor no correspondido? Y la atención y estima por este herido solitario, escéptico de corazón destrozado ¿da para hora y treinta y siete minutos de ánimo y acepción o, su sugestión se desvanece y apaga conforme pasan los mencionados segundos agrupados?
Lamentos de una vida no sentida impregnan la pantalla, nostalgia de sentimientos no vividos que empañan los realmente elegidos, tristeza agónica de rutina sin esperanza donde sobrevivir supone misma tortura que dejarse llevar por la destrucción y su amante vicio, recuerdos que se interponen en la ofuscada ordinariez que queda después de una existencia desperdiciada y llena de doliente melancolía y que son lo único que queda después de tanta inmundica expresada pero, ¿no repetimos y volvemos a mostrar lo ya expuesto, con diferente frase aunque igual nulo propósito?
"Busco la felicidad", pero ésta devuelve las cartas sin abrir, no se molesta en leer la petición de ayuda y súplica de quien está moribundo, quemado y a un gesto de rendirse, un fantástico Al Pacino, a quien en su vejez le caen papeles estupendos y agradecidos donde exhibir todo su arte, como exclusivo protagonista que llena magistralmente la cámara con su imperceptible ser, invisible de referencia, para 
quien no hay nadie, amargado, apenado, sufridor compulsivo que intenta llenar el tiempo y motivación del receptor asistente, con valentía y coraje, pero que despierta poco entusiasmo y fervor por saber si destrozará, será destrozado o encontrará la llave que retire tanta penuria, ardor y nostalgia para tratar de tener algo cierto y verdadero. 
"Las manos ociosas son las armas del diablo", y aunque este guión de Paul Logan no es holgazán ni inútil, si que resulta un tanto estéril e improductivo a la hora de su incursión y disfrute, la historia que dirige David Gordon Green se centra, en excesiva incompetencia de resultado, en un personaje que necesita de más decorado y apoyo sustancial para rendir y atraer, seducción que se desinfla ante la falta de refuerzo pues él, mister huraño Manglehorn, no es suficiente para entretener toda la velada, vacío gravitatorio que se llena de lejanía emotiva conforme ruedan las escenas y el indiscutible titular demuestra incapacidad manifiesta para obtener rendimiento de su incesante presencia.
Torpeza de camino, que se cierne sobre si mismo, olvidando la ganancia de ampliar el repertorio y reforzar al hosco díscolo con material sólido y consistente, tanto anímico como físico, juega al solitario en convencida partida que sólo a él tienta y arrebata y, como ermitaño penitente y arisco, se esfuerza y empeña en su intento pero no logra acierto pleno ya que, este voluntario insociable, que aún así necesita de la gente, baila para si mismo descuidando que son dos las personas que forman una pareja en la delicia del movimiento conjunto ya que, importante es no perder la querencia y pasión del público y mantener su ritmo acompasado y productivo al son del tuyo.
Bravo por ti, Al, que todavía tienes oportunidad de papeles donde plasmar tu aún intacto espíritu actoral, menos satisfecho un espectador que no acumula, precisamente, alicientes para ovacionar la trama, aplausos para el susodicho maestro/para la cinta desgana en aumento progresivo que, como esperada fábula que intercede, busca mansedumbre compasiva, de quien logra ver y entender, en su final, decoro de sobriedad reincorporada a las circunstancias. 
El ogro hace ruta de pasos deprimentes, se convierte en persona, alma que se rodea de adyacentes pero, la audiencia sigue sin sensación de afecto o complacencia que le ensalce, únicamente insomnio perenne, sin rendimiento ostensible, del seguimiento de una excentricidad sin carácter ni entidad como señuelo; carencia es el sustantivo que más viene a la mente, pobreza y falta de interior que explotar, limitación que sufre la ilusión y fortaleza de un vidente que ve reducidas sus posibilidades de placer, gozo y alegría según observa sus fotogramas.
Es él sólo, el hombre invisible, el que no quiere mirar en el espejo por la antipatía de su reflejo, el que vagabundea, molesta y desaparece, cuya huella borrada a nadie importa porque nadie contempla, nadie le busca, nadie le ve pues, sólo es la nada indiferente en el cristal de su vida; nadie se volvió alguien, vacío el cuarto y dejó entrar la luz/tú sigues huido y distanciado de su vida y milagros, su corazón vuelve a palpitar de esperanza/el tuyo sigue mudo y famélico a la espera, que ya no desespera porque, sinceramente, nada llega.
Retirada por omisión e insuficiencia, su dolor no trasciende.



No hay comentarios: