martes, 25 de agosto de 2015

Hipócrates

Benjamin está destinado a ser un gran doctor, pero su primera experiencia como médico residente en el hospital donde trabaja su padre no sale como él esperaba. La práctica se revela mucho más compleja que la teoría y la responsabilidad es aplastante.


¿Quién no quere llegar a ser George Clooney en E.R. -emergency room-?, ¿ese atractivo, sufridor, incomprendio y entregado Dr. Ross?, ¿o el carismático Dr. House y encontrar la cura de esa patología, extraña e insondable, que dejará a todos pasmados?, ¡protagonizar ese momento inolvidable de ser el héroe de una noche de urgencias y salvar al moribundo herido!, dictar firmes y seguras ordenes, demostrar tu valía, obtener el respeto de la profesión, admiración de los colegas y ¡el amor de la chica!
Sólo que se te olvidan las dificultades del proceso, el bajo presupuesto, la falta de medios, la ausencia de sueño, el agotador cansancio y las consecuencias catastróficas de todo ello, esa juventud protagonista, intacto divino tesoro, quienes, osados en su camino, son ignorantes de los baches del mismo, quienes, impetuosos en su conocimiento, son frágiles en creer que lo saben todo, debilidad que se convierte en lucha de grupo y fuerza tenaz de elección correcta, donde eliges medicina interna por el trato con el paciente, por la relación personal y de seguimiento que se establece.
Internos a la búsqueda de la coronación en su doctorado, esa alcanzada consciencia de ser médico, ¡por fin, doctor!, orgullo y responsabilidad de lo elegido al tiempo que encarar ese doloroso y atroz debate, que tarde o temprano se abre, entre el interés del hospital/del propio médico o del paciente, no siempre unidos ni en la misma estela, una sobre explotación en todos los sentidos donde el beneficio de unos no siempre conlleva el del otro, números, 
fondos, costes, ganancias y ajustarlos como se pueda, en ocasiones supervisores de rentabilidad más que responsables de vidas humanas, una ejercicio sereno, adecuado, honesto y veraz de la rutina que encierra la profesión médica y los incómodos, tristes e injustos entresijos que dentro de ella se llevan a cabo.
"Ser médico no es un trabajo..., es una especie de ¡maldición!", pues supone sentida implicación, participación en vidas ajenas, preocupación no siempre compensada, intervención no siempre meritoria e inevitable frustración muchas veces llena de tensión y rabia, tantas alegrías como penas, celebraciones como desvelos, no permanecer ecuánime pues, en caso contrario, o te has equivocado de trabajo, o estás tan quemado que necesitas un descanso.
Drama reflexivo -olvídate de hallar atisbo de comedia que provoque risa- que expone entrañas, vergüenzas y alabanzas de la sanidad y de todos sus hilos adyacentes encarándose, en su recta final, más por la figura intocable de Hipócrates -de quien toma nombre para su título- y la dignidad honorable que supone su juramento, que por acabar de mancharse y entrar de fondo en la suciedad que expone, interesante de manera moderada, asoma cabeza de protesta y reivindicación válida pero no acaba de presentar tinte colérico en todo su cuerpo, sólo mechas superfluas de una tragedia, más viva e intensa, que nunca se desarrolla ni extiende.
Thomas Lilti expone los problemas rutinarios de un hospital que todos, alguna vez, hemos oído en el telediario o sufrido en propias carnes, y lo hace con eficacia envolvente y claridad de posturas, aunque sin incidir en exceso en la herida provocada, comodidad visual para relatar lo conocido e intuido, 
con destreza y habilidad, pero sin superar la barrera de la aprobación de conjunto pues se busca, en el fondo, la complacencia, el disfrute de un acople donde el abuso se castiga y la rectitud y moralidad se aplaude y remunera, armónicos ingredientes acostumbrados a ser vistos en cualquier episodio de serie hospitalaria que venga a la cabeza del usuario, donde la llegada de esa inocenta esperanza, de grandeza intacta, que el novato lleva en su esencia, tropieza con la crueldad y error de un día a día diferente de lo esperado.
De enorme éxito en Francia, país de origen, la devoción de su público galo no garantiza la taquilla fuera de sus tierras, es una competente y meritoria muestra de la santísima trinidad hospital-trabajadores-enfermos, pocas veces tan santa como debiera, aunque es reservada en su apuñalamiento a los mandamases y al tinglado burocrático que se esconde detrás, en despachos, lejos de las camas, y que oculta y apoya a conveniencia.
Duración apropiada para lo que oferta, cubre con esmero su tiempo logrando una meditación media sobre su exposición y decantada actitud, vale para coprometer al público en su visionado pero sus consecuencias meditativas no se alargan más en el espacio; para los conocedores del terreno que pisa, insuficiente y pobre, para el resto, logrado entretenimiento que ni supura, ni arde, ni necesita volver al mismo para revisión de lo sucedido.
"Juro por Apolo médico, por Esculapio, Higias y Panacea, por todos los dioses y todas las diosas..., cumplir fielmente este juramento y compromiso:...Si el juramento cumpliere íntegro, viva yo feliz y recoja los frutos de mi arte, y sea honrado por todos los hombres y por la más remota posteridad; pero si soy transgresor y perjuro, avéngame lo contrario"
¡Despertar de la ingenuidad nunca fue fácil!



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