jueves, 5 de marzo de 2015

Cake

"¿Quieres mejorar? En serio, sin mentirme, ¿quieres mejorar?"
No quiero morir pero qué complicado es no hacerlo, que difícil soportar una existencia de dolor y sufrimiento que se ha adosado a tu cuerpo como una alimaña que va carcomiendo un devastado interior que ni siquiera lucha o pone resistencia a tanta aniquilación, regodearse en la autodestrucción para evitar horribles pensamientos, sentimientos atroces que no puedes olvidar, ni cambiar y atormentan sin descanso, realidad asustadiza de la que se huye pero en la que tropiezas y te hundes como barco a la deriva en un fango poderoso que atrae y atrapa como la miel a las abejas, agonía de andadura que no se detiene ante el suculento manjar que supone tu dispuesta y anulada persona que deambula sonámbula y catatónica por una agotadora existencia sin fin, pausa ni consideración ante tu perverso padecer crónico que no permite un suspiro ni aliento y es equipaje pesado que no eres capaz de abandonar, ni superar, ni despreciar.
La película es Jennifer Aniston, su espléndida, cautivante y absorbente interpretación que transcurre por fase de hundimiento, atentado, drogadicción y asesinato de un espíritu/cuerpo que ya no puede con la carga emocional soportada, una primera parte soporífera y narcótica, con toque leve de ironía aguda y verdades implacables de una impúdica bruja viviente que lanza misiles expresivos por su boca, bombas lacerantes que hieren a traición y que utiliza a quien sea necesario para esconder y anular su ser, la tentadora opción de la maldad para aplacar tus penas, el alivio del agravio mordaz que oculta una inocencia asaltada y violada con alevosía e injusticia, destruir y devorar, actitud que se mantiene en un inicio repetitivo de amargura, desdén y olvido de todo lo amado y querido que resulta un poco angosto y saturador al no saber acaparar con eficacia tu adoración y atractivo por acompañarla en su interminable penuria.
De un "odio cuando los suicidas se lo ponen fácil a los sobrevivientes" a un impactante y explosivo interrogante, "¿qué te detiene?, no crees en Dios, ni en el cielo, ni en el infierno, no crees en nada, ¡hazlo ahora mismo!", sugerencia de apetencia natural que emana ante el forzado aprisionamiento afectivo construido, momento clave y decisivo pues, o sales de tu asfixiante cárcel, ruindad no elegida pero acomodada y saltas al vacío o, deshaces paso a paso el andrajoso camino destrozado a base de esfuerzo, aguante e insoportable padecimiento, no hay tregua, no hay parada, nada permanece inmóvil ni para siempre y, para más inri, "no puedo salvarte, apenas puedo salvarme yo o a mi hijo", declaración sincera de otra inocente víctima, anulada y aplastada por una realidad cruel y brutal cuyo encuentro mitiga, ayuda y comprende su mutuo dolor y aflicción compartida pues, no hay nada como dos jodidos de la vida que se hacen compañía y se entienden sin palabras, explicación o ficticio optimismo de una asolada desesperación que engulle y no te abandona, amputar y acabar o resurgir y sanar, descansar o seguir luchando, sólo ellos lo descifran y comprenden sin lástima, ni miradas tristes de desagradable consideración, de estimado reproche bienintencionado, pero no solicitado, de quienes les rodean. 
Relato que incide y se regocija en demasía en su impertinente y profundo dolor, círculo mortecino que se muerde la cola y al que le cuesta coger ritmo hacia su gloria, perdón y mitigamiento de tanta fustigación voluntaria que puede llegar a perder, por su camino, a posibles degustadores de un personaje que evoluciona con lentitud, de retroceso siempre al acecho, y un excesivo masacre pero que, moderadamente, va adquiriendo carisma, forma y ofreciendo información para compensar tu constancia y dedicación por una protagonista apetitosa para su actriz titular que deslumbra entre tanta tristeza con su contundente actuación, acompañada por un exquisito fantasma, fantástica Anna Kendrick como atractivo deseo a la nada indolora y el vacío gratificante, inicio de salvación o elección plausible de apetecible conclusión y, una magistral Adriana Barraza que representa esa madre adoptiva que aguanta, tolera y nunca abandona, que mira, calla y soporta su vileza sin faltas ni acusación hasta esa feliz momento que abra la habitación, deje entrar la luz, observe la foto de su hijo y llore desconsolada -ya en tu inevitable compañía y solidaridad pues llegado a ese punto, ya eres suya- ante una afirmación penetrante y necesaria "fui una buena madre" que surge cual arcoiris sonriente que ilumina y embellece y permite un nítido pero suave verde esperanza que derribe tanto muro levantado a traición y urgencia.
Déjate llevar al mar de la penuria, nada entre sus agitadas aguas, inquiétate entre sus alentadoras olas compungidas, saborea la pesadumbre de su sabor ya que, tras ese colpaso anímico, obtendrás la recompensa del placer y el gusto reconfortante por una historia que con, sutileza y aflicción, se apodera de tu sensibilidad, adueña de tus emociones y sacrifica sin permiso tu desvelo al enlazar, sin aspiración ni pretensión, con un martirio que busca salida de emergencia y cuya afinidad lograda espanta todos los males sufridos hasta ese momento.
Supera su primer obstáculo, tempestad violenta de agresión y ruina, y sumérgete en la delicia de buceo de un presente agrio de posible futuro estimado, un bañador prestado, una tarta casera, tibia conversación de significativa compañía y ganas sinceras de esfuerzo, recuperación y dignidad en su persona, más una suculenta, preciosa, decisiva y marcada banda sonora de cierre, "Halo" de Gary Lightbody, que resume con habilidad artística el meritorio aporte de Daniel Barnz en su trabajo final.
Tú mismo, disfrútala; machacona pero deliciosa.



No hay comentarios: