martes, 24 de marzo de 2015

Dos a la carta

A veces está bien saber qué va a pasar, cómo va a suceder, cuál será la meta y para cuándo ésta llegará, sólo te sientas cómodamente y a ver, sin contratiempos ni alteraciones, un episodio de entre semana, de cualquier serie española de moda pero en largometraje, de pasos acordados, fácilmente visualizados de antemano, por corte con patrón de diseño muy usado, ambiente rural estereotipado de estupenda fotografía, diálogos llevaderos aunque pobres que ofrecen poca consistencia donde agarrarse y, en general, mucha benevolencia para una historia común, vulgar, de visión estandard que, incluso con las pautas genéricas de estrecha miras en su argumento, las escenas y guión tienen una calidad ínfima e insustancial que apenas cubre el bajo listón ya marcado.
Chabacanera, débil, insípida y sin mucho lustre/nada de transgresión, dos hermanos, un Adriá Collado y Andoni Agirregomezkorta que apenas soportan la escasez de su propio papel a pesar de su esfuerzo por crear gracia, humor y estima, torpe, de poco carisma, menos entusiasmo y un cariño condescendiente que no se ganan pero que, puestas las sinceras intenciones y su, no querida pero obvia torpeza, seamos condescencientes -valga la redundancia- que, aunque no aprueban ni por asomo, ellos lo llevan bien y tú, ¡qué mas da!, ya sabías donde te metías cuando la escogiste; más soltura, habilidad y esmero no hubiera estado mal para evitar tanta garrulada que es difícil no cuestionar.
Problemas de dinero traen una vuelta a las raíces, un hermanastro y una mujer sobrante cuya partida ya estaba prevista así como la nueva inquilina que, aunque esperada su llegada, tampoco anima tanto, más fuerza, consistencia, poder y sabiduría en los andares que, aunque se conozca de sobre el camino, éste será más entretenido si te lo curras con mas maña, descaro y osadía.
"Hueles a mierda, hijo, y yo a muerto", tampoco es que las perspectivas de Robert Bellsolà, en este trabajo, vayan mucho más lejos, como estar en familia, más tirando a rutinario y aburrido que divertido y osado.
Idea simple no es igual a resultado nimio, escaso material no equivale a nulo estilo, dos cartas que no combinan muy bien a pesar de las mínimas expectativas esperadas pues se olvidaron de trabajar el cómo, sirve como recambio en caso de que antena 3, telecinco o la primera repitan algún episodio de la serie del momento, en exceso ligera, en demasía banal e insustancial, ingenua en su alcance de simpatía y encanto, bonachona, de hermandad con poca chicha y cortas pretensiones.
En estos casos, te puede dar la tontería y reírte más allá de lo merecido o, inhabilitado tu sentido de la displicencia, realizar una lectura sobria y honesta de la gran fiesta que no te has perdido porque ¡nunca se dio!, y eso que estuviste presente de principio a fin.
Sencillez es modestia, humildad, un aprobado; simple puede degenerar a lo anterior o a simplón, bobo y, en dicho caso, nos olvidamos del aprobado; dos cartas de la misma baraja combinadas con limitado ingenio para un menú casero a lo Carlos Arguiñano, de ingredientes justitos donde aprovechas las sobras de la nevera del día anterior, sabor y apetito nutritivo que no aprueba pues se olvidaron del toque excluviso de perejil de tan televisivo, popular y chistoso cocinero presente en toda memoria culinaria casera.



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