lunes, 7 de julio de 2014

Bajo la misma estrella

Una película de intensas, profundas y variadas emociones, sentimientos por doquier y, más que nunca, a flor de piel en el despertar de dos adolescentes que viven su primer amor, esa maravillosa y dolorosa experiencia que te sube a los altares pero también te desciende al infierno, poder volar al cielo, soñar con la infinidad eterna de los días contados y llorar de amargura y desesperación, de impotencia y rabia por la pérdida de tu alma, de ese ser que te permitía respirar sin pulmones, de esa persona que era alegría y sonrisa segura en tu vida. Sensibilidad y calidez exquisita en la penetrante interpretación de su joven protagonista, Shailene Woodley, que manifiesta espléndidamente ese deseo incontrolable de sentir, ese miedo inconsciente de sufrir, esa valentía de tener ya la fecha de caducidad y encontrar motivos para levantarse y continuar, ese desesperante no desesperar que envuelve cada escena y protege con mimo y dulzura cada gesto, movimiento y palabra sentida y no dicha o cada expresión y vocablo proclamado al viento más propicio. El toque de enfermedad en el que están envueltos los protagonistas y todo lo que conlleva es el elemento impactante secundario, esa palpable e impresionante sensibilidad que te involucra y te desgarra por dentro al ralentizar el bombeo de tu ritmo cardíaco, reducir tu respiración por segundos y dejar caer esas lágrimas seguras de afinidad por las impresiones e ilusiones inocentes que están percibiendo todos tus sentidos. Basada en el libro de John Green la muerte nunca tuvo tan poca importancia, el dolor físico del cuerpo humano nunca fue tan olvidado ni relegado a segunda división, un homenaje a las ganas de vivir y a la ausente cobardía de llorar y sufrir por lo que no se tiene, recordatorio sensible e inmutable de dejar de patalear y empezar a apreciar la grandeza de lo que se tiene entre las manos, las maravillas que forman nuestra existencia, dejar de admirar el campo del vecino y empezar a luchar, trabajar y a querer el nuestro propio. No deja de ser un relato romántico más de adolescencia con toda su empalagosa ternura y melosa afectividad pero con el envoltorio de una conocida enfermedad, recurso garantizado de cercanía del alma, comprensión social y absorción por parte de cada poro de tu piel aunque tratado con respeto, elegancia y la inteligencia de no copiar los tópicos normalmente exhibidos sobre el mundo de la perdida de la salud y todos los amigos indeseables que le acompañan. Relato que va directo a emocionar tu alma, afligir tu espíritu y alterar tu esencia, deliciosa incomodidad corporal ante la cual es imposible permanecer estático e inmóvil, frío o ausente; el nivel de implicación está inmutablemente relacionado con tu persona y tu propia existencia, desde la indiferencia y la tontería por una presente desconexión y desapego imposible de modificar y remodelar o la alteración de todo tu ser por la desmesurada implicación al remover recuerdos guardados; un término medio que te permita apreciar sin llorar, estimar sin deshacerte por dentro, valorar y querer sin devastar tu interior pero tampoco alejarte tanto que no sientas nada es lo mejor, ideal teórico de práctica complicada.




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