sábado, 6 de septiembre de 2014

El amor es un crimen perfecto

¿Jugamos a la imaginación creativa, a las pistas que te transportan a un pasado confortable, recuerdo de un cine de calidad y elegancia, arte y finura donde la insinuación era más importante que la claridad, donde la lectura subjetiva eran la clave para entender al director, amar al personaje e involucrarse afectivamente en el relato de su desequilibrada vida, donde lo obvio era desplazado por pistas exquisitas de entrega suave y sutil para deleite del espectador?
Cada enfoque de las escenas, cada plano de la cámara, esa conducción temeraria por carretera nocturna, la angustia y vértigo de su aceleración delicada, la espléndida referencia a los cuervos, las veladas sociales indiferentes de cuartada necesaria, el cuidado de una bella e imprescindible fotografía, el paisaje como protagonista principal que moldea la acción, el frío helador de sus hermosas montañas paradigma sublime de belleza, terror y silencio que todo lo oculta, la ofuscación de la negrura nocturna ante la magnificencia de la luminosa y blanca luz del día, vastas extensiones de maravillosa naturaleza salvaje que esconde un poder y una fuerza imponente y seductora, la desolación sobrecogedora de sus grandes edificios fríos y enormes distancias para la tranquila actuación sin remordimientos o penas..., ¿no ves al venerado cine del Hitchcock de suspense más respetado y añorado traído de vuelta con sus límites y carencias, acotado alcance pero toda la intención en sus venas?
Si osas sustituir a este acosador de don Juan que acaba amargamente acosado, este renacentista filósofo de letras y de la belleza de las palabras que con su retórica manipula para dominar y mantener su tan necesario poder sobre sus almas cautivas, un jugador innato del amor como arma de dominio que cae en su propia trampa engañado por un Lúcifer disfrazado de Cupido que le arroja sus flechas a traición y con cobardía, si permutas el espléndido trabajo de Mathieu Almaric como maníaco enfermo a resguardo entre la respetada sociedad, con su inquietante explosión apagada de nerviosa calma, su acumulación de presión, destrucción, deseo y pasión todo en uno por Cary Grant..., ¿no te trae a la memoria el cine cuidado, sutil, de caminar espacioso y atractiva estética de este peculiar director?
Cada avance, cada dos pasos, cada tres movimientos remueve esa fantástica y querida referencia, esa agradable sensación de pequeño homenaje sin propósito ni osadía, esa devota comunión entre tu razón, alma y emociones que te ofrecen esa respuesta innata de conclusión evidente, clarividencia que adorna y decora con suntuosa proporción un relato que no sobrepasa la moderada media, que cuenta con cautivantes toques exclusivos de marcado anclaje que se intercalan con otros de entretener el tiempo y ocupar el espacio, una historia cuyo recuerdo más hondo y vivaz dependen de tu meritorio alcance para coger al vuelo las pequeñas gotas de alusión que expone, esa personal adjudicación a tus sentidos de todo el poder de decisión sobre tu placer por ella o ignorancia por la misma. 
"La experiencia de un paisaje está por encima de todas las experiencias personales"
Si consigues ver y sentir esas pequeñas menciones que se brindan cual estrella fugaz cuyo rápido e impetuoso deseo debe ser formulado con veloz efectividad, esa importancia frenética de locura patente sobre el efecto devastador del paisaje en la persona, en su carácter y en cómo actúa, entonces tendrás la llave para abrir la caja de Pandora, la clave para degustar esta aleccionada clase sobre el cazador furtivo que fue cazado a traición y con alevosía.




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