domingo, 11 de mayo de 2014

Amor en su punto

Cómprate rosas, golosinas, una cocacola, un bocadillo..., lo que sea para entretenerte mientras miras la película porque ésta tiene tantos altibajos, tantos virajes chocantes que no sabes si decir que te ha gustado, que ha estado bien o menudo fraude, menudo potingue acabo de tragarme; porque para ser una película donde se habla tanto de comida y de gusto aromático, de exquisitas delicias culinarias, ésta tiene tan poca gracia y chispa, tan pobre sabor que se olvidaron de codimentarla como era debido, de crear una oferta gastronómica que sólo con su exquisitez olfativa despertara tu insaciable deseo de amor y romance; y, al menos, cuentas con Leonor Watling, un aire fresco y ligero que cubre las escenas magníficamente haciéndole un enorme favor a Richard Coyle siendo el toque digno que vale la pena. Nada más empezar, nada más sentarte a la mesa te das cuenta de que la película escogida no será para tanto, que el restaurante elegido no ha sido el mejor de la ciudad ni el más conveniente para disfrutar de una cena deliciosa pero, bueno, ya está tomada la decisión, vamos a ver qué sale; luego vienen las idas y venidas de platos tanto sosos y torpes como decentes y gustosos, un menú destartalado y flojo que no encuentra una continuidad satisfactoria, escenas tontas, débiles y de poca credibilidad que se intercalan con otras de mayor calado emocional aunque, te consuelas porque sabes que el remate de un gran postre, un delicioso último plato final puede decantar tu opinión hacia babor o estribor, salir con una suplente sonrisa que compense todo el visionado o con cara de incredulidad por un acabado final tan torpe y esquivo como todo lo demás; adivina hacia dónde se decanta la bola, el resultado de la encrucijada! Un argumento que sólo tiene algunas partes motivantes, trozos exiguos cuyo engranaje no rueda como debería no satisface, no contenta la torpeza del propio guión, el tropiezo de un escrito que no queriendo seguir la estela prototipo de una comedia romántica melosa y empalagosa ofrece una fingida madurez que nunca alcanza del todo, pretendida mayoría de edad que no eclosiona pues querer alcanzar las tres estrellas Michelín cuando cuentas con ingredientes poco concluyentes y escasa imaginación para combinarlos es meterte en un berenjenal del que es imposible salir contento. Porque, si como dice el protagonista, el amor es como las palomitas que te compras en el cine que mientras dura la película devoras a tutiplén, a manos grandes y boca llena que no aprecia su sabor ni valora su contenido hasta que tus dedos tocan el fondo del bol y se dan cuenta de que no queda ninguna y entonces extrañas su compañía, lamentas su fin y te das cuenta de lo poco que apreciabas lo rápidamente perdido..., cómprate el tamaño grande y asegúrate de que termine antes la película que la fantástica compañía de unas buenas y pringosas palomitas dulces -o saladas, según sea tu gusto-; por suerte sólo son 87 minutos de largometraje, si te concentras y esfuerzas..., es posible conseguirlo!!!




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