sábado, 12 de noviembre de 2016

Hilda

Hilda, la nueva empleada doméstica, provoca un despertar en la vida de la acaudalada señora Lemarchand, quien rememora su pasado revolucionario, se cuestiona su frívolo presente y entra en una crisis de identidad.


Una angelical déspota, disfrazada de amiga.


“Nunca he tenido una Hilda”, y por ello tomo posesión de ella, en un cerco cada vez más intenso y dominante de una obsesiva conducta, cuya tortura va “in crescendo” hacia un secuestro pasivo, que hiela el espíritu.
Desde esa soledad y aburrimiento, desdén y abuso de clases, hasta la humillación y sometimiento del inferior a su cargo; es dulce/es perversa, provoca pena/provoca odio, desequilibrio mental de quien se aprovecha de las desigualdades económicas, en una extralimitación de su poder que le permiten un encarcelamiento físico, de gran atropello anímico.
“...,que te diviertas con Hilda”, y la psicosis racional llega poco a poco, penetra a firmes cuentagotas, desde esa despectiva mirada de quien se sabe superior socialmente, y conoce la imposibilidad de negación de su súbdito pues la necesidad, miseria y urgencia desesperan y llaman con urgencia, a claudicar con resignación dócil.
Trastornada ama de casa, con excesivo tiempo libre y la ausencia de cariño y comprensión de sus seres queridos, que dirige su fobia, producto de una severa desnutrición emocional y carencia afectiva, a su objetivo de turno, para el caso la requerida niñera
para su alojado nuevo nieto, que se transformará en forzada amiga, sin permiso solicitado, que sacie todas sus peticiones y demencias de compañía, atención y diálogo.
Andrés Clariond expone un nítido tapiz racista, sobre la diferenciación de clases, el cambio oportunista de rango, el despotismo sobre la ignorancia y la gratuidad de ver, pero no mirar, y seguir con lo tuyo; es sencilla pero honesta en su retrato, clara y perspicaz en su fotografía individual de los personajes, inteligente aborde de la tiranía de una riqueza, cuya locura es sufrida por el mandado pobre; un “Misery”, de menor grado patológico, pero que utiliza la misma bondadosa indefensión para atrapar y retener a su víctima, contra cualquier voluntad manifestada.
Calidad técnica, para un realismo escénico, de cercanía interprete, que facilita la incursión y aspiración de todas sus sombrías ceremonias, de esporádico humor negro; buen ritmo, para una equilibrada realización, que con modestia expone el arduo tema de la privación de libertad en un país mexicano, cuya escandalosa costumbre es esa
perturbada demostración de fuerza y violencia, contra el más débil.
Clase privilegiada contra clase trabajadora, para una claustrofóbica sinopsis que camina con decisión sabia, ni se tuerce, ni opta por la exageración absurda, de relleno innecesario; diestra inquietud, de una crueldad embellecida y sazonada por el elegante maltrato de un ogro, a su desvalido cachorro adoptado.
..., y con suavidad castigadora la retiene, y con demencia bonachona la reviste, y con calidez mandataria la maltrata..., no es Hilda, es la señora de la casa.

Lo mejor; Verónica Langer, su guión y realización.
Lo peor; escasa difusión, para su gran valor interno.
Nota 6,1
interpretación 6,5 realización 6,5 música 5 fotografía 6,5 montaje 5,5 guión 6,5



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