miércoles, 2 de noviembre de 2016

Rumbos

Una gran ciudad. Una calurosa noche de verano. Varias historias personales que se entrecruzan a través de personajes que transportan su pesado equipaje vital: dos adolescentes en un descapotable buscando aventuras fuertes, un taxista herido por una traición, un camionero enamorado por primera vez de una mujer con un triste pasado, un amante curtido en mil batallas, un enfermero que no sabe olvidar, una mujer abandonada sin explicaciones y una esposa cansada de esperar.


Me quieres, pero no me amas.

Historias dentro de una historia, éstas tienen poco tiempo y espacio para desarrollarse, así que deben aprovechar con inteligencia los minutos concebidos, para ofrecer un desarrollo digno y consistente que atraiga e interese, no un simple desfile de reconocidos actores, en situaciones simpáticas o amargas, que apenas transmiten ni aportan nada.
Diferentes cortos dentro de un largo, mismo tema de fondo con variación en las circunstancias y desenlace y el amor, en sus alternativas versiones, es la estrella en estos casos; enamoramiento fugaz, inicial o terminal, según se tercie, y todas las sensaciones de esperanza o desilusión que genera.
Se requiere habilidad para narrar con brevedad, hay cierta tendencia a posible insatisfacción, ante la vacuidad o falta de remate de las narraciones; debe haber gancho, corazón y empatía con los relatos y sus vidas, gracia y encanto suelen ser sus señas, entretener ligeramente su finalidad generalizada.
4:30 de la mañana, la voz de Julia Otero anuncia náufragos nadando en un océano de asfalto, etiqueta de estas seis historias entrecruzadas y, aunque empieza con saludables ganas de interior apetecible, pronto va perdiendo fuerza y fuelle hacia una tibieza
de desinterés, que no aportan apetito consistente o nutritivo de complacencia o agrado.
Un programa de radio y la carretera conectan a un grupo de personas que se mueven entre un taxi, un deportivo, un camión, una ambulancia y un autobús, buenas actuaciones, de cercanía dialogante, para alternos grados de soledad de resolución necesitada, todo envuelto en una fotografía urbana que juega al encaje matemático con excesiva comodidad y desgana en su apuesta de rodaje, pues tienta a no prestarle toda la atención debida y obviar parte de su rumbo.
“¡Tú nunca preguntas nada!” y se cuestiona si es indiferencia o confianza dicha aptitud; para el aburrido vidente es la primera, y va creciendo al ritmo insustancial que los duetos provocan, pues ni captan, ni emocionan, ni van más allá de un oír por
ver, pues es tan sólo hora y media de cinta y programa.
“El que espera desespera” y no andas lejos del tal sentimiento, a la simple dirección de Manuela Burló Moreno se le añade un alma sin compromiso ni atractivo, sin sabor ni jugo que no involucra al espectador, el cual se queda oyendo y mirando pero con hambre de historias más suculentas, con entidad más gustosa y más carácter en su personalidad.
“Rumbos”, una película nocturna, afligida, de añoradas ausencias, en personajes cotidianos con necesidades al acecho que reclaman sustento; sus diálogos son poco sutiles, sus escenas demasiado indolentes, el accidente y el azar su cosido de anexo, todo con buena predisposición, de absorción pobre y anémica, pues carece de solidez en su esencia..., se confirma la tendencia a la insatisfacción indeseada.

Lo mejor; sus actores.
Lo peor; diálogos que no inspiran una acentuada atención.
Nota 5,7


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