lunes, 17 de noviembre de 2014

Diplomacia

"París rompiendo sus cadenas"
"Arde París" de 1966, dirigida por René Clément, con Jean-Paul Belmondo de protagonista y guión de un joven Francis Ford Coppola, que se centra en los hechos de la noche del 44 cuando la hermosa capital cuya estirpe se vive en los campos Elíseos, de carta de presentación La Torre Eiffel y destino de todo romance soñado fue salvada de las llamas; basada en una novela histórica de Larry Collins y Dominique Lapierre publicada en el 64 donde se relatan las horas previas a la liberación de París durante la segunda guerra mundial desde diferentes puntos de vista gracias a la negación del gobernador alemán, Von Choltitz, de seguir las órdenes de Hitler, renonocida actualmente de forma curiosa con su mención en una grabación que se pone en marcha en el autobús turístico que recorre la ciudad donde se detalla explícitamente que los monumentos que se están viendo es gracias a la valentía, coraje y desobediencia del susodicho alemán.
No, no me he equivocado de película, sólo quería detallar que esta obra de teatro de Cyril Gely llevada a la gran pantalla por Volker Schlöndorff no es ningún original y que tiene antecedentes mucho más sabrosos y suculentos que su versión actual, en la cual hubiera bastado con poner una cámara en las tablas del escenario y mostrar dicha secuencia en formato de película porque, es lo que se presenta aquí, teatro por la pantalla, ni más ni menos, ni mejor ni peor.
Y sí, André Dussollier, como diplomático sueco lleva la batuta, se explaya en su interpretación, en su paciente dedicación y angustia ansiosa y mantiene la atención y mirada del público con sublime facilidad, delicadeza y estilo pero, es una historia de resolución conocida por poco o nada que sepas de historia, el diálogo centro y propósito único de todo el filme no alcanza grandes cotas de tensión y suspense, la 
ambientación recogida y solemne del despacho es intenso habitáculo de conversación interesante por la importancia de los hechos históricos, atractiva por la relevancia de las consecuencias, por lo mucho que se juega en esa partida de dominó de dos enemigos formales que acaban siendo cómplices en secreto silencio y donde se intenta derrumbar una a una las fichas y piezas que impiden una resolución que hasta el mismo encargado de su ejecución quiere anular hasta que, el demandante tropieza con la salvación de la familia, con el sacrificio de Abraham cuya lealtad hacia su Dios fue puesta a prueba con la petición de asesinar a su propio hijo y donde la estrategia cambia de súplica para no llevar a cabo tal atrocidad a táctica de huida, protección y escondite ante la respuesta posible del Führer por tal desobediencia y desprecio.
No hay más ni menos, ni mejor ni peor que, el breve tiempo solicito para informar y reportar a la audiencia sobre un hecho histórico, diálogo que se sigue con afán, cuidado y dedicación pero que no tiene mayor aliciente que escucharles llegar a puerto sabido sin elucubración o polémica posible a la vista.
Bocado suficiente de apreciado sabor y fuerza impositiva consistente, de sabiduría selectiva y excelencia sutil en las formas, de apetencia considerada en su presentación oferida y diestramente matizada en su perfección de conjunto servido al público pero, un poco exagerado en la trascendente nota otorgada -prácticamente un siete-, elevada condescendencia donde sí, hay gusto y arte, sutileza y compromiso en sus sentencias sinceras, firmes, duras y arraigadas por siempre en la historia pero..., ¡tampoco sacia tanto!
Complace, ¡que no es poco!



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