miércoles, 19 de noviembre de 2014

Drácula, la leyenda jamás contada

"¡Qué empiece el juego!", última locución que resulta ser lo más interesante de todo el relato junto con la posibilidad que se desprende de una futura nueva entrega más apetecible y seductora por lo intuido y dejado caer que esta primeriza, ¡lo malo es que ocurre al final!, después de haberte tragado toda la historia, una historia extraña mezcla del mito idealizado con el personaje Vlad Draculea, que aquí aparece como santo marido-padre devoto-ángel representante de la paz cuando, en verdad, era un sanguinario cruel, atroz y sin piedad que por momentos hace de "Braveheart" para salvar su tierra, gente y familia como se transforma en Houdini y con sus manos maneja un espectáculo atronador de viento huracanado, oscuridad y ruido envolvente con títeres murciélagos manejados a distancia que van y vienen al compás de su mente hasta que se aburre y echa una carrera para jugar a los bolos derribando turcos, cuando no sale del fuego indemne cual princesa Khaleesi -Daenerys Targaryen- en "Juego de Tronos" y vuelve al trabajo sin rencor, cuando no reparte sobredosis de sangre y resucita un "Walking dead" como ejército propio para llegar a una escena final de "Los inmortales" de romance venidero y llevadera elegancia clásica.
El error más garrafal y adivinado desastre de fácil anticipación en la opinión del público es la utilización del nombre de Drácula en vacío falso pues, como película de entretenimiento y diversión, acción, fantasía y leyenda puede tener un pase, gustar y servir como esparcimiento ligero y ameno pero, al renombrar la cinta con tal título sonoro y potente, de evidente gancho atractivo, el personal asistente espera un contenido mínimo decente que ni siquiera se observa a menos que ¡cuenten los colmillos!; jugar a experimentar y reconstruir la obra de Bram Stoker, a distorsionar el terror gótico en espectáculo circense, a llevar a la pantalla todas las ideas de inspiración surgidas en una noche de locura transitoria y conformar este popurrí, vale, se acepta, pero ..., pulpo nunca será animal de compañía por mucho que se quiera ganar al Scattergories o conseguir taquilla y, diría, que ni siquiera este segundo objetivo se ha cumplido en la proporción que deseaban.
Que sí, un protagonista guapo que suelta la frase "A veces el mundo no necesita un héroe, necesita un montruo" con un patético gollum que le merodea con su anillo tentativo, cuya deserción al más allá, al submundo de la maldita eternidad es en aras del honor, salvación del prójimo a cambio de condena propia y...,¿debo conformarme?, ¿ésto es lo mejor que saben hacer?
Recula un poco Gary Shore y medita de nuevo sobre esa original ocurrencia que un día tuviste y decidiste llevar a cabo porque su plasmada realidad ha sido una calamidad, una hecatombe que más le valdría no haber encontrado puerto donde amarrar su proyecto.
"En el año del Señor, 1442, el sultán turco esclavizó a 1000 jóvenes transilvanos para las filas de su ejército..., entrenados para matar..., para desear la sangre..., uno de ellos se convirtió en guerrero, Vlad, hijo del dragón quien arrepentido de su monstruosidad enterró su pasado y regresó a Transilvania a vivir en paz...", una entrada muy solemne que pronto se queda en nada.
Mancillar el segundo mandamiento "No tomarás el nombre de tu Señor, Drácula, en vano" nunca fue tan preciso y exacto.


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