domingo, 9 de noviembre de 2014

Espacio interior

Narrativa de un secuestro desde el punto de vista de la víctima, con la nula información que le ofrecen, con la desconcertante violencia inicial que le practican, con la agonía del espacio diminuto donde habita durante nueve meses, con las distintas fases emocionales que vive según su estado de ánimo y con una escapada repentina, sorprendente y torpe pero veraz portada de los telediarios y periódicos.
Porque eso es lo que más impresiona, la validez de una narración que recae en la lectura y supervivencia tanto física como psíquica de un arquitecto que pudo con sus captores, que a pesar de las condiciones duras y extremas que vivió confeccionó un calendario propio de actividades para mantener la cordura y la agilidad corporal, que nunca se dejó vencer ni derrotar emocionalmente, que no dejó desfallecer a su ser gracias a su aguante y fuerza de voluntad y que logró una huida factible volviendo a su vida y venciendo a sus vigilantes.
Todo ello contado desde la serenidad, estoicismo y coherencia de los hechos, una lógica lineal y estructurada según la propia experiencia del implicado, dejando de lado los dramatismos teatrales o una aflicción escandalosa que llame al público pero que se aleja del suceso real ocurrido porque es lo que intenta ser, crónica informativa de los 270 y pico días que este padre devoto-marido querido vivió encerrado entre cuatro paredes estériles, con un rotulador que le sirvió de alivio mental y como organizador de un tiempo desconocido, la música de un cassette que le marcaba las pausas, una bombilla cuyo encendido y apagado le servía de referencia diaria y unos pensamientos que intentaba controlar para que no divagaran hacia la locura y el abandono definitivo a través de recuerdos y conversaciones ficticias con sus seres queridos.
Él, su historia y experiencia, esa resignación, poder y estabilidad que le mantuvo cuerdo y sano sin florituras ni adornos que muevan o decoren el relato, firmeza combinada con debilidad, desesperación anulada por su propia esperanza, coraje de sobrevivir con dignidad y no permitir las humillaciones propias de ser maltratado, control y refuerzo de lo único que nadie podía quitarle, su espacio interior.
Si buscas acción, adrenalina, ruido de artificio y recreación vigorosa de un secuestro imaginario busca por otro lado; aquí hallarás el corazón de un hombre que salió indemne de la prueba más dura de su vida, fuerza-valor-honor de salir tan entero como entró, lealtad a si mismo, a su familia y a las creencias religiosas que lo mantuvieron en pie, todo un Cid Campeador que aprovechó la ocasión, reconquistó su vida y venció a sus mercenarios, una angustia y miedo que convive con la aceptación y valentía y una victoria emocional y entereza espiritual como antesala del resultado final acaecido.
Sencillez dentro de su tragedia, incertidumbre y desconocimiento envolvente, carisma de resistencia donde no explota ni abusa del espectáculo, no cae en la línea cómoda y fácil del entretenimiento ligero, seguro y superficial sino que opta por la honradez y sequedad en su formato, la integridad de los hechos, la verídica interpretación de Kuno Becker, la sobriedad de lo narrado y el vacío angustioso de un ataúd donde ser enterrado vivo sin conocer cuál será su destino.
Visión sufridora que no hace alegoría del padecer extremo de observación espeluznante, se mantiene en un tono medio, tenue y aceptable, fiel a lo importante, la historia, donde el director-guionista controla su imaginaria invención y opta por la austeridad y simpleza de las formas, por la franqueza del encuadre, por el equilibrio ecuánime del resultado, una película modesta de aprobado superior con grandes logros en su "espacio interior" dentro de la producción cinematográfica mexicana. 



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