martes, 4 de noviembre de 2014

The reunion

Una conocida frase de Groucho Marx dice "¡Nunca pertenecería a un club que admitiera como socio a alguien como yo!".
Con ironía aguda e inteligente mordacidad plantea la cuestión que ronda todo este relato frío, austero, estéril y compacto de asfixiante sentimiento cuya verdad y voz siempre estuvo silenciada en una olvidada y repudiada alumna que sufrió bullying en el colegio y solicita rendir cuentas 20 años después.
Tras no ser invitada a la cena de conmemoración de dicha fecha recrea en vídeo una farsa hipotética de cómo hubiera transcurrido tal fiesta con su presencia, una primera parte impactante y atractiva, de inicio estático y perturbador, de calma inquietante a violencia caótica y humillación final turbadora en un discurso preparado donde expone toda su rabia, amargura y cuentas pendientes con aquellos que la maltrataron y, una segunda parte donde intenta reunir a sus compañeros para enseñarles dicha grabación y observar su posible reacción vergonzosa o respuesta inmutable y pasota.
"El discurso" tiene fuerza y carisma, garra e interés por ver como los farsantes de hoy en día siguen siendo los mismos indeseables de entonces, como el tiempo no cura una herida que sólo ella sufre en silencio y que continúa siendo motivo de diversión para los demás; "la reunión" es más lenta y opaca, de observación agónica e incisiva  pero no tan seductora, carismática o interesante como su precedida ficticia entrada.
Porque, volviendo a una de las muchas sentencias soberbias que expresó el mencionado artista del humor, de bigote inconfundible y puro de eterna compañía, ¿por qué quiere el aprecio, respeto y consideración de quien no se lo tiene?, ¿por qué quiere estar con quien no quiere su compañía?, ¿es valentía de enfrentamiento y superación o patético planteamiento de pena y tristeza por seguir estancada en un pasado que sólo ella recuerda y a nadie más importa?
Su gran defecto es que no consigue retraerte a tu pasado -ni al suyo- para revivir la posición que tú ocupabas así como tus propias experiencias, es un mirar y examinar cortante y gélido, malestar incómodo por sus eternos silencios y demoledora espera pero sin sentimiento de abrazo, aflicción o deseo de protección por ella, distancia entre el personaje y el espectador que se convierte en  sentido desafecto y ligera pesadez de visión que finaliza con la metafórica coronación del techo de una escuela ya vacía y caduca que por fin rinde cuentas a la amarga y herida protagonista.
Anna Odell escribe, dirige e interpreta un relato no tan explosivo, atrevido ni impactante como su venta y sinopsis prometía, la absorción y osadía motivadora de la primera parte se desvanece hacia la desgana y escasez de su continuación, de un por qué de andanzas que no vives ni sientes con la profundidad y dolencia del daño infligido a la víctima, su deslumbrante coraje de la imaginada ficción es espacio vergonzoso de una realidad que no llena ni satisface, visión apagada y mustia poco reconfortante, inicio y despertar electrizante que se pierde lentamente hacia la lejanía de una observación seca que supone ausencia del cautiverio y atrape del público que reconoce el dolor, la pena y desolación sufrida pero no respira el espíritu de su andar y la resolución de su práctica.
Terapia de choque no tan efectiva ni apasionante como se esperaba, apta pero no deslumbrante, inquisidora y justiciera sin vivencia palpable, distancia y letanía espaciosa que puede con la apetencia del alma.

Comienzo esperanzador, seguida expectante, escasez en su final, resultado: recompensa leve, poco agraciada, apenas gratificante.



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