miércoles, 26 de noviembre de 2014

El tiempo de los amantes

"¿Por qué me sigues? No te he seguido..., te busqué y te encontré"
Cuando necesitas un descanso de la locura de ti misma, del atropello de tu vida, de todo el asfixiante agobio que te rodea, de la incesante incertidumbre, de la pesada duda, del fatídico descontento, detención del tiempo apresurado para respirar -parada necesaria para bajarse de la expiral rodante de la existencia creada- nada mejor que desinhibirse de las penas con un dulce capricho, con un extraño con el que intercambias tímidas y provocadoras miradas, con el que atreverse a volver a ser libre, sin cargas, sin historia, sin remordimientos, un breve descanso inofensivo que se complica al no controlar las emociones sentidas, los sentimientos vertidos pues lo que empieza como refugio temporal para no volver a casa termina siendo una gran tentación de creación de una vida que sustituya un presente arduo, complicado, lleno de miedos e interrogantes por su posible continuación o cancelación de la misma.
Emmanuelle Devos es toda la película, su madura presencia de espíritu pueril y cándido, su observación cautivadora y serena te atrapa, seduce y llena de curiosidad por entender un proceder infantil de comportamiento ingenuo que no sabes dónde va ni qué procura, una evolución lenta, delicada y elegante, a la vez que firme, de un día de nuestra protagonista donde se toma la osadía de renegar de su rutina y vivir un pequeño romance con un estupefacto, estático, seco e insustancial en sus acometidas, Gabriel Byrne, cuya presencia se limita a verlas venir, a dejarse llevar por los planes inexistentes de una compañera de tren que altera toda su tranquilidad existente y recoger los frutos imprevistos de lo que, a todas luces, parece ser algo más que un affaire inoportuno pues, esta persecución y acoso de la conocida del asiento de enfrente deriva en proyecto e ilusión de vida.
Es un romance extraño, ambivalente pues no cubre todas tus expectativas aunque, tampoco defrauda, toma una ruta alternativa distinta a la prevista que no anula su consistencia pues, esta doncella consigue retener tu interés y fisgoneo por escoltarla en una aventura que ni siquiera ella controla, modesta presentación de un desahogo espontáneo que se refugia en los brazos de quien le permite actuar sin cargas y con espléndida soltura en su pequeño rincón de felicidad y que abre el indeciso debate de si empezar de cero en esa oportunidad que le abre París, la ciudad del amor, o arreglar lo ya confeccionado, un mínimo aliento que recobra las luces de su breve pérdida al oír la voz de un presente que la despierta de esa ensoñación hecha realidad por escasas horas.
Existe la creencia, admitida o no, de que un inocente escarceo reaviva la llama de una relación, no muerta, pero sí en parada cardíaca, el problema es para quien es utilizado para ese necesario alivio y se queda en espera vacilante ante unas emociones que no solicitó y que perturban toda su pacífica existencia, un personaje que juega a coger lo que ve, le gusta y necesita ansiosamente sin pensar, preveer o anticipar las consecuencias de tan bello y peligroso juego.
Locura transitoria de una decisión intuitiva de volcán emocional ascendente, con aire continúo de escape y refugio de una hermosa fantasía ejecutada que complica la realidad, de inicio torpe y atolondrado que adquiere fuerza y solidez en las formas conforme avanza.
Su visión es neutra pero curiosa, indemne para un corazón que no se involucra, motivación frágil de mirada fija y constante en la pantalla por proseguir la insensatez cuerda de esta damisela en apuros que, no oferta lo esperado, pero valida lo ofrecido por la interesante demanda de atención que solicita y que otorgas gratamente.
Es sencillo y fácil seguirla en su traspiés, curiosear en su deseo y anhelo, reflexionar en su vacilación y permanecer en esa ansiedad resolutiva de presión auto impuesta, agradable sorpresa, de extrañeza suculenta y complacencia media, por la que te dejas guiar sin conocer muy bien que pretende o espera de tí. 
Simplemente, acompañala en su destartalado, perplejo e incógnito camino y ¡a ver qué obra en su intrépido día! 


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