sábado, 4 de octubre de 2014

A better life

Drama sobre la inmigración que mantiene las formas y que discurre con cierta lejanía de aquel que mira desde fuera, conmovido pero a salvo, conociendo el discurso cómodamente anclado en la butaca del cine hasta ese momento de mayor tragedia e injusticia si cabe donde ya desaparece la mirada distante, donde se produce el acercamiento afligido y consigue remover tus más angustiosos sentimientos y toda tu empatía emocional surge para conmover tu corazón y sensibilizar tus sentidos hasta el final del cortometraje.
La película mantiene el nivel adecuado a un ritmo expositivo de discurso ya anticipado, se nutre de ser una historia corriente, común en términos generales, de entereza constructiva para plasmar tan desgarradora cotidianeidad, fragilidad que busca exponer una situación extrema de supervivencia donde se sobrevive pasando desapercibido, estando callado, soportando y siendo invisible, exhibiendo dos rutas: la del padre silencioso que se abre camino a través del esfuerzo y el agotamiento y la del hijo estudiantil a quien le tienta la posibilidad del camino fácil, la opción rápida de mejorar y dejar atrás los sinsabores de su lastre de nacimiento.
El filme entero se mantiene gracias a la veraz, soberbia, magnífica interpretación de Demián Bichir que atrapa tu atención y te gana emocionalmente, su dignidad diaria, su inagotable constancia, su lección de respeto por el prójimo, de no-conformismo que sueña con mejorar, que no desfallece ante las circunstancias, orgulloso de quién es y de dónde viene, que vive por y para su hijo, que muere sin escudo ni protección por esa vida mejor que todos los padres desean para sus hijos, simplemente cautiva tus ojos y embelesa tu alma hipnótica.
El punto culminante es la evolución, unión de la relación paterno-filial y ese nuevo entendimiento, visión del primogénito por sus raíces, por su familia y los pasos a seguir para mejorar en la vida a pesar de la dureza de las circunstancias, un discurso moral expuesto con pulcritud y corrección, un auténtico documental sobre la marginalidad y penurias de los ilegales de nuestras calles, de resolución no sorprendente pero con la segura aparición de esa abrumadora lágrima y atragantada indigestión que aplaque esa ira y rabia contenida ante esa devastador alma incansable que anda, cae, se levanta y vuelve a rodar para andar, caer y levantarse de nuevo y cuya empatía es automática y eficaz.

Formato sencillo y humilde de potencia ascendente, todo un cambio de registro para Chris Weiltz después de su Luna Nueva de la saga Crepúsculo de doble efecto: redimir a un director que se acerca al drama humano y social de la desesperación y la catarsis impotente y sensibilizar a un espectador ya predispuesto a ello que se va involucrando en el relato conforme gana en intensidad y se deja llevar y querer por un personaje sabiamente -con artística maestría- interpretado por su actor.
No te deja indiferente, tampoco causa un gran impacto, tristeza y pesadumbre llevaderas con talento y buen uso que deja ese gustoso sabor amargo que perturba y altera pero no estropea la comida.
Explosión anímica in crescendo de compás lento pero firme armonía que causa el efecto deseado sin llegar a agobiar o saturar, dureza expuesta con suavidad y veracidad,  crueldad mostrada desde el respeto y dignidad de su sufrida víctima, héroe anónimo que nunca desfallece cuyo talón de Aquiles es esa vida mejor, futuro deseable para su impetuoso y salvador retoño querido.
Fuerza, aguante, carisma y valentía que el sufrimiento y dolor más imperecedero y profundo no pueden aplacar, resistencia extrema ante un anhelado porvenir frustrado que no puede contra la esperanza, lucha y brío de este padre coraje.



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