miércoles, 29 de octubre de 2014

Alguien a quien amar

"¡No te preocupas por nadie!..., me preocupo por ti"
Cuando la conciencia que durante tantos años has obviado y evitado aparece en forma de hermoso rostro de ojos inocentes que juzgan en silencio en un niño desolado y perdido que mira, oye y calla pero lo dice todo con su inmutable y estática presencia, con su observador sentido visual que refleja lo peor de uno mismo, el retrato sutil y perfecto del egoísmo de elegirse uno, la adicción extrema a cualquier cosa, la nulidad para relacionarse, el miedo de la convivencia, el cobijo protector de la soledad, la violencia verbal ante el caos interior, impotencia y pánico de asumir compromisos, terror de vivir cuando no se sabe, pavor a la soledad del amanecer..., todo ello en el diseñado marco trágico de un artista que se protege del mundo y de sus sentimientos a través de su música, sus composiciones y su rutina bien establecida.
Se dice poco con palabras, se expresa mucho con imágenes, con magistrales-delicados-superfluos contactos piel a piel, inteligente impacto de subliminal mirada con mirada que aterra y fascina por comunicar una verdad nunca expresada con sonido ni dicha con voz, toda una maravillosa y exquisita pieza de arte de escenografía gélida y distante, ambiente cortante e inexpresivo, vacíos emocionales continuos que esconden un polvorín de vergüenza, rencor y ansiedad, una calidez no expresada, responsabilidad no descubierta y un error incesante que carcome y devora todo pensamiento, envuelto en la delicia de abrazo y tierno roce de unas profundas, rasgadas y emocionantes canciones de maravilla sonora, acústica soberbia y fotografía enamoradiza que endulzan tus oídos, templan la vista, suavizan el espíritu y acompañan fantásticamente la impresionante interpretación de Mikael Persbrandt como padre desaparecido-abuelo furtivo-adicto a todos los malos de un pasado hereditario del que no es responsable y culpable de un presente agónico que le frena, descompone, asusta y que no puede ni quiere asumir.
Rompedora explosión de mucha observación, adrenalina contenida y fervor atronador silenciado, alma solitaria y en pena acorralada por sus propios miedos y con tendencias destructivas de todo lo que le importa, obra expresionista de como Mr.Hyde se vuelve persona, más humano y deja de golpear, destruir, herir y devorar la sangre de quienes le rodean y la suya propia.
Sufre con él, padece por él, siente junto a él, respira en sus forzadas ausencias, castiga su borde presencia, una fuente inagotable de tristeza, dolor y martirio que no encuentra salida más allá de la rabia, rebeldía e incomprensión de un inestable y asustado adulto más niño que su sereno, afligido y descorazonado nieto bien hallado que es la necesitada y urgente respuesta a esa pregunta que nunca tuvo coraje de formular.
Cautivador relato de vivencia sentida que desgarra y descompone, anula y asfixia pero capaz de reconfortar y complacer plenamente por su sabiduría y sensibilidad argumental y un portento de actor que impresiona, atrapa y se come la pantalla.
Adelante, pues, con su sabrosa digestión de acompañamiento querido en la ahogada y suplicante sentencia "..., porque Noa, ¡soy tu maldito abuelo!, proyecto de familia y esperanza.



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