martes, 7 de octubre de 2014

La isla mínima

Una pareja de policías, el poli bueno-demócrata/el poli malo-franquista, cuyos roles se confunden y mezclan al avanzar su investigación para volver nítidamente al lugar de origen, que llegan a un pueblo de recónditas marismas para investigar la desaparición de dos hermanas en los años 80 aunque, mas bien parece que estemos hablando de una época bastante anterior y, a partir de ahí, un deleite de preciosa fotografía, cautivadora puesta en escena, meritoria elaboración, precisa ambientación, planos muy vivos de agudo semblante y una excelente dirección técnica que sacia los sentidos como voraz entusiasta alimento de la vista por su arte y desvelo en plasmar este thriller de cine negro pero, de un ínfimo y endeble guión cuya intriga y expectación apenas se vive, siente o palpa, que transcurre linealmente sin virajes ni desvíos que confundan o alteren tu estado, con personajes de raíz profunda y marcada presencia que aportan información de relleno inútil para crear caos, misterio o enredo y un argumento que no está a la altura del esmerado despliegue de medios artísticos que supone toda la película.
¿Qué nos deja eso?
Una bella silla, de estructura sólida y pulcritud en las formas pero resistencia débil y floja en su función de descanso para el cuerpo, una conducción triste y apagada que no aporta suspense ni estimulantes ni imprevisto sorpresa, cuyas pistas del enigma son ofrecidas en una correlación simple nada dubitativa ni vacilante como quien pide el turno en la carnicería y lleva la lista de la compra hecha, que no remata con efectividad firme y consistente la exquisita envoltura de todo su estiloso exterior pues su drenaje no es lo suficientemente suculento como para excitar tu curiosidad y aumentar la intensidad de tu atención conforme avanza.
Poca delicia para una trama que no impacta ni deja huella, con diez últimos minutos de potente y enérgica acción, estupenda y muy conseguida, y una oscuridad de personajes interpretados con serena adecuación que llevan a una resolución nimia y escasa que crea confusión y duda por su esquiva aportación más que por su motivación a razonar sobre ella, un dar a entender las-cosas-no-cambian, siempre-se-coge-al-pez-chico mientras el-gran-tiburón-sigue-a-sus-anchas e insinuo un as final y revelador como cuervo perpretador de todo el mal que no alienta su recorrido ni sustenta con dignidad el sosiego y lentitud de sus previos dado su nulo apasionado aporte en la conjura resolutiva y eficaz del enigma, un conjunto que plasma con soberbia y eficacia los detalles de toda su cuidada estética pero deja poco hecha la carne que cocina, mucho metódico condimento servido en plato estiloso de restaurante de personalidad y carácter propios que maravilla pero de conformismo incomprensible en su escasa carta y débil menú servido.
Enamora su presencia, su peculiar porte, la sobriedad de su carismática presentación, sabe a poco la trama y su débil retribución, no satisface un guión de nulo enganche y ausente perspicacia, de emoción pobre sin habilidad ni acierto para exprimir lo que era una buena idea de origen, buenos propósitos de espléndida representación, suculenta técnica y estupenda ornamentación arropada por una historia de tibia fuerza, escaso poderío e ínfima sustancia en su atracción y seducción.
Una partida de dominó tiene más tensión, ímpetu y adrenalina que esta investigación sin contratiempos que encuentra sus fichas con orden, premura, clarividencia y sin torpeza alguna para confeccionar un r-e-s-u-e-l-t-o de ¡evidente querido Watson! de tenue complacencia y, un guiño final inesperado a un no-está-todo-dicho ni-todo-tan-claro de camino a la respuesta que tú quieras darle.



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