jueves, 30 de octubre de 2014

La tercera orilla

Nadie sabe lo que pasa por la cabeza de una persona, menos por la de un adolescente y si hablamos de la sensibilidad de su corazón, ésta se multiplica por dos.
Una distante, fría y desdeñable relación paterno-filial contada desde el punto de vista de un chaval que observa a su padre, su comportamiento, su andar y lo juzga sin piedad ni contemplación, ser la segunda familia de un reconocido doctor que ya tiene dispuesto el futuro que tendrá, que ha decidido cómo será su hijo y a qué se dedicará, todo ello desde la firme, inquietante y profunda mirada de quien es una sombra andante que no se comunica y que guarda todo su rencor en un corazón gélido, que sufre y que va a decidir por si mismo, calla y otorga al tiempo que su cabeza tiene sus propios planes, obedece y asiente hasta ese momento adecuado de final de la tortura y comienzo de la nueva vida.
Celina Murga, directora argentina, ofrece este relato lento y pausado, de meticulosa observación apadrinada por un Martin Scorsese que creyó en su proyecto, en la simpleza del día a día, en la mirada de una rutina asfixiante que se lleva con resignación escondida, en el remarque de un cuadro bonito en apariencia, de calma serena que esconde una violencia y desdén de azote imprevisto.
Mucho respeto por la honesta dirección, la natural fotografía, el sobrio contexto, la acertada elección de un protagonista, Alian Devetac, cuya penetrante mirada lo comunica todo sin necesidad de palabras y cuya sentencia silenciosa se ceba con su patriarca y el daño emocional que deja a los que le rodean, la indolencia de no pensar en nadie que no sea él, sentimientos que desde la amargura y resentimiento van creciendo en su decidido espíritu que camina sonámbulo sin hacer ruido ni molestar deseoso de ese minuto de escape, de desahogo y libertad de cabeza, cuerpo, sentimiento y alma.
Todo ello tiene como resultado, siento decirlo, una visión pobre, poco absorbente e incluso por momentos aburrida, un pesado y arduo seguimiento que provoca ausencia temporal y pesadez ocasional, donde reconoces la valía de lo narrado, la grandeza de una sencilla vida que busca su felicidad y su respirar sincero, aliviar la carga de una rutina no escogida, la valentía de dejar atrás la condena familiar y elegir la libertad individual pero, tu interés por él va cediendo, tu inicial seducción por su historia y atracción por saber qué quiere contarte se apaga lentamente, donde abandonas poco a poco el encanto y devoción del acogimiento inicial y la lectura de su relato pierde su vivacidad y emoción pasando a ser racional y cognitiva.
No es apta para todos los públicos pero, incluso para quienes gustan de la belleza de lo ordinario, la elegancia de lo común, la grandeza de lo llano y rutinario resulta escasamente motivante, poco mordaz y apenas fructífera, es fácil perder la conexión con una tercera orilla que no siempre encuentras satisfactoria, recelo de un sabor no bien hallado, de un gusto evaporado que no dispone un confortable acomodo receptivo, una estancia adormecida cuyo entusiasmo es arduo de mantener y al que deseas apreciar con más fuerza, querer con mayor ansia pero que se aleja como nube apagada que no ofrece esa maravillosa lluvia esperada, viento de poniente de hastío y cansancio no previsto.
Observa a este callado caminante que elige con quién compartir su voz, que se deja llevar por la marea hasta la llegada de su ola y olvida la falta de fuerza, brío o la melancolía que puedas llegar a sentir.
Reconozco que a mi me pudo pues no supe disfrutar del goce y placer de esta escogida orilla, mi animo de partida resultó insuficiente para saborear su ritmo y mantener la atención siempre dispuesta.
Más tenacidad, acierto y esperanza para ti, que no te venza el agotamiento por su pasividad ni la languidez de su escaso movimiento pues se capta con óptima sencillez el sentimiento descrito pero es más complicado que te atraiga, capture y llegues a vivirlo.
¡Qué resquemor queda cuando te quedas al margen de la delicia de un plato!



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