jueves, 14 de mayo de 2015

El falsificador

Liberado de la prisión para que pueda pasar tiempo con su moribundo hijo (Tye Sheridan), un experto falsificador de arte (John Travolta) es obligado a participar en un importante atraco a un museo



Vale para pasar el rato pero ¡harto difícil que vivas con intensidad o convicción sus escenas, apuntes y actos!, fallo en la recreación de las experiencias y los sentimientos que les acompañan, necesita más tiempo, dedicación y trabajo. 
Está claro que, el por siempre Danny Zuko, no pretende revolucionar el panorama, ni alterar a la audiencia, ni despertar a los dormidos, procura desfilar sin hacer demasiado ruido, sólo que se recuerde su nombre y note su presencia que vamos cumpliendo años. son unos cuantos los golpes y fiascos profesionales que últimamente vamos creando -también grandes los éxitos en su pasado- y únicamente se intenta que no se olviden de quien fue uno, de las habilidades de su persona, volver a recuperar la profesión y, de paso, tastar el hormigueo de la actuación en un paseo tranquilo, de sencilla realización, sin excesivo esfuerzo y que deje señal de que sigue vivo y disponible para quien lo desee y se acuerde de quien ahora yace en horas bajas/antaño disfrutó de mejores triunfos y placeres.
Porque, si no es por las ganas de volver a trabajar, de moverse y hacerse notar, recordar por la audiencia, no se entiende esta opción interpretativa que parece diseñada pensando, principalmente, en quién iba a capitanearla para, seguidamente, añadir los ingredientes que le permitan comandar dicho vuelo exclusivo, que el susodicho, pilotará sin problemas dada su experiencia, un ex presidiario, con aires de ser que no remata, jubilado de profesión, futuro falsificador de Monet, que hará un pacto con el diablo para poder volver a casa a pasar 
el tiempo que le queda con su hijo y ser el referente patriarcal que durante años no pudo ni supo ser, todo ello adornado y envuelto por el mundo de los bajos fondos, de la mala gente, de los robos, rencillas y deudas pendientes que le deben dar ese toque exótico a la sensibilidad familiar que envuelve toda la trama y que, al igual que su acertado título, es un fraude emotivo ante la incompetencia de transmitir sus sentimientos, miedos, dudas y angustias pues observar la desesperación de quien se siente acorralado, sin desespero ni incomodidad en el asiento, la angustia de que se escape la vida, sin emotividad ni aflicción, la lucha por recomponer la familia sin adrenalina ni pasión, únicamente un desamparado terceto padre-hijo-abuelo que deambulan recitando sus papeles sin conseguir despertar afectividad alguna ni levantar un solicito entusiasmo que se mantiene en suspense, pero con pocas perspectivas de permanencia dada la simpleza y banalidad de lo presenciado, es un diagnóstico triste y desolador de quien te quiere transmitir su interior, hacerte sentir su personaje y sólo es un escaparate en movimiento de habla incesante, ya de inicio nimio, de calidad baja que nunca tuvo aspiración a nada, simplemente a rodar la cámara, que los actores reciten sus palabras y combinar su resultado sin gran arte ni destreza.
Pasa por los pasos requeridos sin pena ni gloria, ni como padre recuperado, ni como hijo querido, ni como ladrón actualizado, ni como proscrito de la policía, ni como genio que solicita tiempo, sin poder afirmar que se finge, todo el conjunto no hace buenas migas, no consiguen transmitir hermandad y camaradería de confianza en sus aportaciones al relato, ineptitud de hacer creíbles los sufrimientos, esterilidad de afianzar los temores, nulidad de plasmar una carrera frenética contrarreloj por unificar la familia y hallar ese paraíso donde disfrutar de la compañía mutua, un vacío absorbente donde, si como ella misma relata "...lo que importa, madita sea, no son las palabras, lo que importa son las acciones", aquí falla en ambas al dejar huérfanas, de riqueza gramatical, a unas sentencias cuyos fotogramas, que las abanderan, están igual de solitarios y ausentes en una dirección que apenas se deja notar y un guión que tampoco pone mucha molestia ni tesón en ello pues si contamos con un ex Pulp Fiction, edulcorado con tormento inquisitivo de quien daría su vida por su descendencia, el resto sólo es decoración para que "Michael" paterno, sin alas, 
diga sus frases y explote su cara de poker consumido y agotado donde, por siempre, relucirán sus característicos ojos azules; sólo le ha faltado marcarse un baile en alguna escena ya que, como pintor que analiza la obra para sentir en sus manos la magnificencia del original y dibujarlo, no da el pego, más bien se queda en absurdo intento de coreografía fallida.
John Travolta, comprensivo que tu nombre pese y atraigas a un montón de guiones mediocres de argumento hecho en un plis plas, con rapidez y memoria de ejecución, lástima no exigir ni demandar una escritura intensa, de más consistencia en el rodaje y más credibilidad en los responsables de asumir la interpretación que no todo es poner voz a la letra impresa, hay que hacerla verosímil y, aquí, el crédito desaparece al son de los minutos transcurridos.
Se puede perdonar su simpleza, imposible ser condescendiente con su torpeza artística y la ausencia de garantía en sus posibilidades.
La falsificación y engaño no está sólo en el título, impregna toda la historia a quien acompaña de principio a fin, sin tregua.