jueves, 28 de mayo de 2015

Project Almanac

Un grupo de jóvenes se embarca en una aventura cuando descubren planes secretos para construir una máquina del tiempo, que utilizarán para arreglar sus problemas y obtener beneficios personales.


"Estábamos equivocados papá, no hay segundas oportunidades"; te equivocas hijo, las oportunidades son infinitas, tantas como capacidad racional posee el hombre, quien nunca detiene su deseo de saber más, su anhelo por conocer lo aún no descubierto, su ansiedad por abarcar la inmensidad que se abre ante sus ojos, la adrenalina de avanzar y mejorar, cambiar y prosperar, el sano desespero de indagar, no hallar y volver, por cabezonería prescrita a la humanidad, a la tarea que se resiste pero, tarde o temprano, caerá.
Un genio, con su lamparita cerebral y la ayuda de papi muerto y los colegas presentes, construye la posibilidad de viajar al pasado para descubrir las consecuencias de sus insensatos actos, que las decisiones tienen un coste, el vivir se cobra su propio precio y que no puedes controlar los sucesos ni la cola que se desprende de ellos, ni jugando con las regresiones, ni siendo honesto, ni realizando el sacrifricio más difícil que se le pueda pedir a un hijo huérfano pues la curiosidad es humana, la ambición siempre ronda al acecho, el poder es golosina apetecible y la lealtad hacia uno, sus principios y amigos es línea muy frágil que se mueve, con seductora constancia, sin stop ni freno.
El santo Grial de la reubicación en el tiempo, volver atrás y modificar los hechos, moldearlos a tu gusto para saciar esa cobardía que te impidió hacerlo en el presente inmediato, diseñar a la carta lo que te guste y apetezca con el único límite de la disciplina auto impuesta, anular los baches que evitan esa actualidad tan molona y alucinante..., un principio 
poco estelar/apenas motivante donde, cámara al hombro -¡qué estela dejaste, bruja de Blair!- para sentirte parte del grupo y de su complicidad compartida donde observas a tres frikis de instituto, más hermana de relleno y guapa de turno, entretenerse y divertirse, como quien no quiere la cosa, con la construcción de este proyecto, de herencia paterna, de igual forma que tu hijo juega con los mecanos, patosidad de ir probando, descifrando e ingeniando que no despierta mucho júbilo ni interés, sólo contemplar su loco andar, atropellado experimento para retratar un cuadro nada original, ya visto en tan reiterativo pretérito.
Ofuscación por mostrar velocidad, frescura y agilidad -a falta de creatividad e ingenio- que no muestra lo principal, la habilidad para capturar tu mirada, hipnotizar tu mente y edulcorar a una incógnita, deseosa de saber más, para pasar, sin tastarlo, a un recorrido conocido de desmadre loco e incontrolado, de quien puede tenerlo todo, hacer lo que quiera, conseguir sus metas pero sólo se le ocurre mal ganar la lotería e ir de fiesta, coronando su apetitosa cumbre con primer amor inolvidable por el que dejar los ideales para cambiar el mundo y poder enamorarse, ese estrés romántico que te vuelve pelele, detrás de un tiempo que se escapa y se adelanta a todas tus magistrales volteretas, que 
quedan sin acierto ni gracia para, por fin, llegar a un punto interesante donde el aliciente y el sabor hacen aparición para poder ver, escuchar y estar atento a las súplicas racionales de una mente que sabe la desfachatez, desproporción y péligro de sus andaduras, un venir y desandar, atolondrado y ajetreado, que esconden un cargo de conciencia, de responsabilidad por lo hecho y todo lo que se deriva de ello, 20 últimos minutos que ni compensa ni invalidan lo demás sólo que..., esta fiesta ¡tardó mucho en arrancar!, coger tono y lograr un ritmo merecido, que equilibre e indemnice, haberla escogido como esparcimiento de mira de esa particular noche.
El formato no es nuevo, lo mostrado ya ha sido visto, su evolución sabida de antemano, entonces ¿qué ofrece Dean Israelite como novedad propia que no remita a los demás?, poco, la verdad, adolescentes jugando al efecto mariposa, aceleración desmesurada de sus inconscientes pasos, juventud desmadrada que retiene tu atención con pocas ganas y gracias a una celeridad que se nutre de visionar-sin-tiempo-a-recharzar aunque, no evita ese regusto inicial, 
apenas sugerente o ilusionado, que suscita atracción leve por una idea ya presentada por muchos que no sabe encontrar su propio carácter e identidad para sobresalir, adquirir pasión y dejar memoria única.
Es refrescante, amena y ligera pero empieza a cansar que dichos adjetivos no se acompañen de contenido sagaz, agudo y meritorio, simplemente ofrece algo casual, de porte cómodo para todos los días que no facilita la inspiración para escribir sobre ella, empieza como lunes aburrido, pasa a martes intrascendente y se queda barrada en miércoles aceptable por estar cerca del fin de semana y haber superado el inicio pesado de la rutina pero, lejos de la efervescencia, potencia y energía de un buen almanaque que cubra todos los días con consistencia, esmero y devoción, puede que se necesiten lunes cansinos y desaboridos para llegar al fruto divertido del esperado viernes o, puede que sea posible vivir todos los días como domingo de goce y disfrute, con todo, este boceto vive únicamente de los tres días mediocres de la semana, a la que sólo roza tibiamente el jueves sabroso por una casualidad mínima que, pronto le hace retroceder, sin perdón ni opción, a la posición fija de miércoles estandar a la que pertence por defecto, sin remedio y con toda su omisión.
Entretiene sin demasiada gracia -está claro que Sir Maejor no es Ashton Kutcher-, con elementos justos que no exceden lo cotidiano y habitual de todas las que pertenecen a dicho género de circular, a sus anchas, por el espacio/tiempo, talento moderado que ni quita ni beneficia, neutralidad que intenta correr y acelerar la marcha pero no logra avanzar en demasía, sencillamente las ventajas y sinsabores de ser el del medio y no destacar por iniciativa propia.