martes, 19 de mayo de 2015

Once upon a time in Queens

Recién salido de la prisión, un ex jefe de la mafia intenta no caer, de nuevo, en sus viejos hábitos pero, sobrevivir fuera del hampa puede resultar más duro de lo que parece.


Will Smith nos presentó "Soy leyenda", Paul Sorvino nos presenta, había una vez en Queens..., una leyenda, capo importante, jefe de la mafia, respetado, admirado y temido por todos, ahora sólo un anciano enfermo del corazón, con una hija lesbiana y el FBI rondando su casa y "..., tocándome las pelotas"; 20 años, 6 meses y un día de diferencia para estas dos realidades que distan tanto, una de la otra, como el cielo del infierno, el agua del fuego aunque puedan llegar a cruzarse, chocarse y confundirse brevemente por rabia e insistencia pues uno no cambia, la gente no varía y, a pesar de que pasen los años, el soplón sigue siendo un chivato, las cosas se resuelven en persona, los trapos sucios se lavan en familia y el rey destronado aún tiene fuerzas para reclamar su silla a golpe de puño, mandato y ley no escrita pero por todos conocida.
Un buen vecino, cariñoso padre/amado marido, adulto responsable que aún recuerda a ese crío que adoraba a quien vivía al lado, soberbio hombre al que imitar, orgullo de quien cuidaba del barrio, ponía orden y limpiaba la suciedad maloliente, el Sr. Joe, ahora perdido en una existencia que se le escapa, con un pasado de lamentaciones, errores y malas decisiones hacia quien más se quiere, una hija a la que no comprende ni conoce en un presente complicado, arduo de manejar y un futuro inexistente dado el pulso cardíaco que la vida se empeña en acelerar; todo ello envuelto en muy buenas intenciones, propósitos y deseos que no logran llegar muy lejos, ceremonia sin interés ni demasiada picardía, escaso talento para confeccionar unos coloquios gramaticales ricos y consistentes que atraigan la atención por la existencia patética y triste de quien fue y ya no es.
Su conformada meta es la parsimonia y la templanza, la tranquilidad dialéctica y afectiva, parquedad auditiva que vive de melancolía y de un ritmo pausado y un entretenimiento insustancial, ese andar ameno de quien quiere decir algo sin levantar la voz, matizar su camino con ordinaria presencia donde se levanta el telón y vemos el regreso, encuentro y la añoranza de quien está de vuelta, se hace un tentempié escénico de paseo por el vecindario, saludos, visita al médico, compras en las tienda y, el ex presidiario sin oficio y forzosamente jubilado, ofrece ramas sueltas de divergencia entre el héroe justiciero de antaño y el viejo desamparado de ahora, entre la figura paterna altiva y el abuelo solitario sin nieto, recoratorio que le causa dolor y saca su aún viva vena fugaz de quien solía mandar, dictaba sentencia y se obedecía con miedo, sin titubear ni dudar.
Intenta ser tan sencilla que su simplicidad duerme, tan cordial y honesta que causa indiferencia, tan simpática y entrañable que aburre con facilidad, narración amable sin entonación, gracia o salsa que invite a acompañarla, refleja el duro paso del tiempo con tristeza imaginativa, poco espíritu entusiasta que lleva a no disfrutar, a perder el afecto de quien mira ya que expone pocos alicientes para seguir despierto y atento a la charla.
Rutina hermosa y vital pero cargante y aburrida por un espíritu que no emociona, cháchara de un tiempo de mayor adrenalina que no eleva ni provoca suspiro, buena gente haciendo sus vidas sin demasiado encanto donde, David Rodriguez, carece de ese punto de habilidad y pasión para fascinar al oyente con su guión, un enfoque argumental que gusta/no así la pobre dirección que toma.
Escasa, querida sin gran apego, bonachona sin sustancia, una suave invitación a tomar café, algo de conversación banal y ligera, rememoración de historias viejas y la cotidiana costumbre diaria, viviendo deprisa la vida no se aprecia pero ¡iendo tan despacio tampoco!, que ante tanta sosiego, el espectador tiende a ausentarse de la sala, a divagar mentalmente y perder el deseo de incorporarse, con placer, a la amistad oferida pues, dicho regalo inicial, supone un lastre conforme se desarrolla y acerca a su final.
Presenta un menú apetecible que no se ratifica con la llegada de los platos, tibieza que no caldea, dicción que no emociona, honradez y decencia en unos personajes que no despiertan enorme curiosidad al llevar un paso relajado, de tránsito moderado y circulación lenta.
Desnutrición narrativa, visión anodina.