miércoles, 27 de mayo de 2015

Loco de amor

Charlie Darby lo tiene todo a su favor: un gran trabajo como director de una escuela de primaria, grandes amigos y una vida maravillosa. La única cosa que Charlie no tiene es el amor, porque cada vez que empieza a enamorarse de una chica, sufre unos severos cambios en la química de su cerebro y se vuelve clínicamente demente. Cuando conoce a Molly Kingston, una ex bailarina que podría ser su pareja perfecta, Charlie se enfrenta a las consecuencias de su condición. Con la ayuda de su amigo Jason y el particular asesoramiento de su excéntrico vecino Lester, Charlie deberá encontrar una manera de superar su psicosis para tener una oportunidad en el amor verdadero.


"Mal de amores, estar tan afectado por el amor que no se puede actuar normal...,ahora que lo sabes, puedes enamorarte y ¡no volverte loco!", sólo que esta película ni te enamora, ni te vuelve loco ¡ni te afecta en lo más mínimo!
Para quien ha visto todas las temporadas de "Friends", es difícil olvidarse del carismático Joey Tribbiani, por muy canoso que aparezca, se cambie el nombre, el traje e intente dar consistencia y seriedad, porte y estima a su personaje, papeles exitosos que se convierten en un lastre complicado de manejar cuando intentas avanzar, seguir camino y cambiar de role y carácter; aquí, un nuevo intento de tener vida más alla de la querida e inolvidable familia de amigos -que, durante tanto tiempo, nos hizo pasar ratos increíbles, ocurrentes y chistosos- que sigue sin cuajar, encontrar hueco, destino ni funcionar.
Y es que, seguir viendo a un cuarentón, comportarse como un veinteañero no ayuda, no facilita la labor ni el cambio -y, digo esa edad, por enmarcarlo en la universidad pero, perfectamente podían ser las correrías y desventuras de un chaval de instituto-, perseguir y enamorarse, hacer locuras y payasadas, hallar a cenicienta, poner cara de lelo embobado ante su presencia, suspirar y delirar en su ausencia, imaginar el paraíso en su compañía, el infierno si le abandona, perder la cabeza -también el estilo-, deambular como psicópata gracioso que no hace gracia ni se la espera, pretendido lunático cautivador sin chispa ni encanto más ese amigo leal y siempre presente, que en su cordura le guía, aconseja y es la 
voz en off que narra toda su caótica andadura, amén de la actriz guapa elegida como parte de la comitiva, es conformar un cuadro muchas veces visto, anodino, que resulta un poco patético a estas alturas, telar que no aporta novedad, ni se desmarca de su tradicional recorrido, en demasía saciado, más de lo mismo con el incesante y perpetuo rostro de Matt LeBlanc -que hay que promocionarle, ¡de nuevo!- en primer plano, ocupando espacio -no calidad-, para que luzca sus caricaturas conocidas, muecas eternas y tonterías consabidas donde, no se anda muy lejos de lo ¡ya acostumbrado en el pasado!
Frustrante no poder avanzar como actor, poco estímulo para quien ya le ha contemplado por dichos andares, residuo interpretativo, de un pasado más glorioso, cordial/no divertido que por condescendencia te lleva a no recriminar lo que, a todas luces, es nimio material, recuerdo entrañable de un pretérito adorado que lleva a ser comprensivo y no aplicar la severa vara de medir que aplicarías a otro ¡sin dudar! aunque, sinceramente, es una comedia pobre, exigua, de escasa sustancia sin apenas esencia o espíritu que disfrutar, modelo prototipo para jóvenes actores que se inician en la profesión que, en manos de un veterano, es síntoma de que anda perdido, falto de opciones y que debe cogerse a lo oferido para que su nombre ruede y ¡se sigan acordando de él!
Como espectador no vas a reír, ni llorar ni sentir emoción legítima, anulada cualquier posibilidad de carcajada, lágrima o exaltación expóntanea que te despierte de tu modorra, sólo alguna sonrisa ingenua provocada por tu afectiva complacencia hacia el carisma dulce y bonachón que envuelve todo el teatro pero cuya visión, ausente de humor y coqueteo, supone omisión de personalidad y carencia de identidad propia, limitada en su alcance, corta en sus perspectivas, sin inspiración ni creatividad en su argumento, diálogos poco agudos, sin garbo ni donaire para el oído y una mirada que intenta motivarse pero no encuentra material ni escenas para ello, simplemente cambia el compañero de apartamento de Manhattan, Nueva York, por tierno y encandilado director de colegio, ponle unos años más -no la sabiduría que acompaña a la edad- y obtendrás las recordadas torpezas de antaño, sin tanta exageración que ¡ya no somos jóvenes!, excursión sin mucho aliciente, ni ingenio y una narración endeble, sin mérito visual pero tolerada por su fácil y ligero consumo que, al no demandar gran esfuerzo, tampoco te recompensa con gran beneficio neto.
Cuestionable disfrute de buenas intenciones que no pretende otra cosa que pasar el rato, entretener tibiamente y presentar la modestia como navegación, tárifa low cost de actuaciones correctas y sencilla dirección sólo que, tan loable propósito no está reñido con el don de la inteligencia y la imaginación, con una capitán que sea algo más que una caricatura de bufón sin corona cuya marca identificativa es la indiferencia pues, teniendo en cuenta que la eliges por su presunta diversión y amorío, lo obtenido es bebida pastelosa, sin acicate ni sabor, que puede digerirse sin problema, pues no es tortura o, pasar de ella y ¡declararse abstemia!
Como ver al joven que vendía hamburguesas en McDonald's, ahora madurito, repartiendo pizzas, te cae bien, es encantador y molón pero ¡un poco triste!, ¿no?, si..., ¡hasta Georgie Dann dejó de sacar la canción del verano por considerarse mayor!
El público y los protagonistas merecen una comedia romántica de mayor peso, lustre, consistencia y dedicación, no una levedad y superficialidad propia de aprendiz recién llegado al cargo..., toda una novatada de principiantes para ellos y para ti y, honestamente, ¡ya no estamos para eso!