domingo, 10 de mayo de 2015

La familia Bélier

Aprecio y estima lo que das/una linda y bella película lo que recibes, justo trato de sentido recuerdo y perspicaz memoria.
"No es una desventaja ser sordo, es una identidad", también lo es ser parlante y oyente, camino difícil que intenta tomar la Billy Elliot francesa de la canción al haber crecido en una particular y pintoresca familia donde, su linaje de realidad, subsistencia y conducta es ser sordomudo, quedando al margen todo aquel que oiga y hable, excepto una fiel y leal hija que esconde su hermosa voz por miedo a ser escuchada y apreciada por todos menos por los más importantes, esa querida y expresiva familia adorable, diseñada burlescamente, que atrapa, avasalla y engancha impidiendo el despegue y desarrollo de quien quiere y puede ser libre, "...,libre como el sol cuando amanece, como el mar, como el ave que escapó de su prisión y puede al fin volar", como por siempre recordará esa inolvidable y potente voz que acompañaba a tan certera letra.
"Para crecer hay que matar al padre", dijo Sigmund Freud en una de sus innumerables exageraciones, metáfora cierta que implica alejarse de la figura paterna para adquirir la propia, dejar al polluelo caminar por si sólo sin el cobijo seguro de la madre, crecer como artista en la construcción de la particular personalidad, soltarse del abrazo matriarcal y enfrentarse a las imposiciones patriarcales, tomar postura, adquirir espacio, decidir, errar, experimentar..., y, sólo entonces -2...,sabré lo que es al fin la libertad", volviendo a referir a tan ilustre cantante citado.
Empieza con simpatía musical, armonía encantadora que se ratifica en su escena final, donde termina con una admirable y sugestiva exhibición artística de canto, que seduce y enamora, para conmover a un corazón, ya volcado, ante la soltura y pericia de este exclusivo tándem, matrimonio característico que ofrece descaro para afrontar la vida y valentía para encarar los proyectos, combinado con sutiles toques de humor y estridencia forzada por una evidente exageración de su estructura que busca la gracia, complicidad y permiten esa mueca instantánea, de sonido espontáneo y seco, expresión gramatical cortante definida en un efusivo ¡Ja! que dura unos segundos pero ratifica, con contundencia, que sigues con devoción y apego las desventuras de esta singular estirpe que relata el complicado paso de dejar marchar a quien más se quiere para que su timidez y sonrojo despierten al soleado sonido musical del sentir orgullo por uno mismo al descubrir y andar su propio camino.
Emotiva, cariñosa y dulce, no empalaga y permite su visión con empatía de adhesión tenue que, con sutileza, eleva sus decibelios en escenas concretas para mayor implicación del engatusado espectador, ya prendado, porque sin ser enormemente profunda..., la quieres inmediatamente, porque sin elevar al máximo su potencia..., lo hace lo suficiente para encandilar, porque sin ser intensa..., te vale para saciar tu necesidad, porque sin complicarse la vida..., reconforta y, porque siendo contenida en su camino y evolución..., nunca has apreciado tanto la moderación ni saboreado con mayor gusto la sensibilidad y sencillez honesta que, Eric Lartigau, exhibe en su relato y dirección con sincera gracia, agudeza y chispa gracias al apoyo imprescindible de la fantástica y afectiva interpretación de todos sus actores participantes, quienes logran crear una afinidad espléndida y gloriosa que se amolda finamente a tu persona y permite su deliciosa compañía, sin pedirles lo máximo ni recriminarles lo mínimo.
Sencillamente gusta por natural, amena y graciosa, hechizo de elegir destino, dificultad de dejar marchar a un hijo, rabia de nunca poder compartir mundos, desconsuelo de jamás oír esa hermosa y linda sonoridad vocal, impotencia de no poder retener ni prohibir su crecimiento, soltar y liberar para, por siempre, unir y juntar pues si la dejas marchar, volverá una y mil veces a ti/si retienes su partida, correrá tan rápido y lejos que nunca más la volverás a ver, el beneficio de la generosidad/el prejuicio del egoísmo, todo un conglomerado de emociones más el descubrimiento del primer amor, la superación de la vergüenza y el afianzamiento de la segura presencia, una comedia bonita que intenta afianzar la existencia del duro proceso de crecimiento que, llegado el momento, se debe emprender. 
Sin grandes perspectivas ni decoración artificiosa, ofrece una relajada comicidad y consumo grato para con lo expuesto, su perfil es claro, su objetivo transparente, nítida su evolución, evidente su resultado pero entretiene con soltura, emociona con frescura, divierte por minutos y agrada en conjunto, una efectiva pieza armónica cuya melodía es llevadera, con escala ascendente que pretende emocionar sin llegar a la lágrima, sonreír sin alcanzar jarana y abarcar una pizca de los diversos y variados sentimientos humanos para exponerlos con orden de alternancia y permitir una ensalada mixta gustosa, recordable y halagüeña pues, uno no siempre busca un plato de cinco estrellas, a veces su necesidad y apetencia es el menú del día del restaurante de la esquina.
La transparencia, pureza y obviedad son sus señas de presentación que ni niega ni oculta, cálida en su vestimenta, modesta en su andadura, ligera en su argumento, agil en su envoltura, cordial en sus personajes..., afecto y amistad lo que tú les muestras.




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