jueves, 7 de mayo de 2015

The Scribbler

Galería de monstruos rechazados con escaso aliciente, evasión de una realidad aburrida para llegar a una ficción sombría sin inquietud, mérito ni efervescencia.
John Suits expone con osadía un tema interesante, la múltiple personalidad y la lucha interna de ellas por sobrevivir cuando, con los fármacos y la invención de una máquina, se las quiere anular y poner freno, ¿qué identidad permanece?, ¿cuál desaparece?, ¿se devoran mutuamente o son independientes?, ¿cuál es la dominante en este mezquino juego de frenética eliminación a la carrera?
La locura, despropósito, sinsentido racional, la absorción del peligroso desconcierto, del repentino reaccionar sin discreción, los deliciosos e indigentes idos mentales que funcionan según sus idas y vueltas, tema recurrente y fascinante de recorrer, individuos que viven en su propio mundo, que no respetan las normas de la lógica, irresponsables moralmente por el descontrol de no saber, la mano derecha, qué hace su hermana de la izquierda así como la experimentación que los psiquiatras hacen con ellos al moverse por arenas movedizas donde sólo cabe ensayar y probar a ver qué pasa, cómo reaccionan sin conocer los efectos secundarios de sus egocéntricos y parciales pasos, en unas personas tratadas como conejitos de india por el desconocimiento del terreno por el que caminan y desfilan.
Un lúgubre y funesto edificio, zona neutra entre la enfermedad y la vuelta a la normalidad, limbo entre la salida del hospital y la posibilidad de incorporarse a la sociedad, huéspedes estrafalarios de la personalidad disgregada y enfermedades a elegir donde se le va la mano hacia el exceso y la exageración de una presentación esperpéntica, surrealista y opaca de la que abusa, difícil convivencia entre vecinos que se deslizan por el atractivo de la tortura, el caos, el miedo y el despiste sin límite y con toda la amplitud y desproporción que se le quiera otorgar a un guión cuyo objetivo es la investigación policial de los diversos, en apariencia, suicidios y saltos al vacío que han tenido lugar entre los miembros de dicha particular comunidad.
Basado en el libro del mismo título de Daniel Schaffer, la responsable de los garabatos -la emborronadora y escritorzuela- que atormentan a la, en principio, comandante de las identidades varias que esconden su cuerpo, así como su entendimiento, atrape y muerte es la obsesión de una protagonista que nada por aguas inquietas, extravagantes y desdeñosas sin tener claro si avanza, retrocede o qué demonios hace, contenido apetitoso y curioso revestido de un circense adorno fantasioso, grotesco y caricaturesco que malogran su futurible éxito, momificación rara y fantasmal de andadura paralizante y escenificación poco grata que estropea el disfrute de un argumento que no ha sabido hallar ni explotar su gallina de los huevos de oro.
Soberbia equivocada de creer poder manejar la esencia de "Doce monos" sin currárselo o apenas entrar en ello, altivez de miras que se desinfla por si misma por ineptitud e incompetencia del traje, el escenario y el movimiento pobre, de único espectáculo pintoresco y raro y, de una psicosis sugerente y exquisita que se queda en excentricidad hueca y solitaria.
Falla en su expresión, en su comunicación, en acertar a encontrar, con empeño, las palabras y sentencias con las que decir lo que su loca razón argucia con potencia, un enunciado gustoso de recepción mísera, decoración artística mal encarada/peor llevada que se alimenta de mucho espíritu vacío y estéril donde, la fotografía extrema de montaje forzado, parece ser la solitaria piedra que moldea todo el cuadro.
Siempre se le puede echar la culpa del descalabro a la novela de la que nace y nutre pero, aún con todo, sólo se observa mucha demencia desperdiciada, torpeza estridente que no halla meta, histriónico equipaje que no sabe lucirse con destreza y funambulismo sin empeño ni sabroso propósito de presentuoso maquillaje pero nimio contenido, podredumbre sensacionalista que no altera emociones, ni cautiva atenciones y únicamente consigue cuestionar, con lamento y tristeza, si seguir observando o darlo por perdido pues, si ya en principio eres destino de unos pocos y no te ves capaz de complacer a este reducido segmento...¡mal andamos/peor venimos!
Destacar por un llamativo y lustroso porte de enorme escasez sustancial en su centro es moda repetitiva que ni alimenta, ni satisface, se queda en simple desastre.



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