lunes, 18 de mayo de 2015

Maps to the Stars

Un cuento moderno sobre la obsesión por la popularidad. Stafford Weiss es terapeuta y escribe libros de autoayuda. Tiene una mujer sobreprotectora, un hijo antigua estrella de la TV en rehabilitación y una hija que acaba de salir del psiquiátrico. La principal cliente de Stafford es una famosa actriz, a punto de interpretar el papel que hizo su madre en los años 60


Un accidente, llamativo y estrepitoso, pero no tan suculento y espectacular como la ilusión aguardaba.
Mapa de las estrellas..., y uno debería mirar hacia el cielo, en una hermosa noche estrellada, en busca de la verdadera leyenda, belleza y sabiduría de esa línea imaginaria que une esos seductores puntos celestes que nos coronan, con arte y magnificencia, cada noche y, cuya estela, da para la perfecta realidad científica, de coreografía bella, o para la inmensa creatividad, de inventiva infinita, que se desprende a partir de ellas.
Pero, claro, si tomamos como referencia la fulminante sentencia "¿sabes qué es el infierno?, un mundo sin narcóticos", está claro que, David Cronenberg, se refiere a un análisis emocional y dramático, moribundo e hiriente del mundo de Hollywood y la paranoia descontrolada que acompaña a los actores que se mueven por dicha extensión, un agónico círculo que se cierra por la conexión espeluznante, friki y rebuscada de sus miembros cuya correlación es el sufrimiento, la adicción y obsesión por el fuego de un infierno que les acompaña a lo largo de su travesía, extravagancia y exageración para exhibir la devastación de quien está perdido anímicamente, y desolado afectivamente, pero debe interpretar su mejor papel en público para mantenerse al pie de un cañón, que va tan cargo de pólvora, que parece imposible llegue intacto a destino buscado, machaque y podredumbre de quien ve fantasmas del pasado acosando su maltrecha cabeza y masacrado corazón, un análisis intimista -no tan peliagudo-, muestrario de ese mundo estelar tan apetecible desde fuera, en su maquillado escaparate, pero tan quemado por el subsuelo de un almacén que huele mal desde lejos.
Muchas veces ha sido retratado el irónico, falso, ridículo y lamentable cosmos de las estrellas del celuloide, atractiva idea de desmeduzar la profesión que se representa, despedazar los roles y mitos que les acompañan y mostrar, al público, los trapos sucios de una adorada isla lujosa rodeada de tanta miseria que llega a inundar y ahogar, sin posibilidad de cierre, la válvula de su agresivo grifo; el guión de Bruce Wagner no es el mejor y más meritorio retrato realizado hasta el momento, se limita al punto fijo de quien vive de la locura y esquizofrenia de sus miedos y fracasos personales, que les acosan como fantasmas peregrinos que vuelven, incesantemente, a perturbar la costosa -y nunca alcanzada- serenidad, personajes unidos por un accidente compartido que les lleva a padecer los mismos males, resentimientos, fobias y desquicios, demencia mental a tutiplén repartida por toma de pastillas masivas, e indigestas ensoñaciones, que van a más nutriendo el floreciente mal que les corroe y devora lentamente en una maniosa ofuscación, centrada en la figura de la niña indefensa, de la que no sale, ni avanza ni ahonda.
La siempre magnífica Julianne Moore como actriz desesperada y en las últimas de pasar al vagón del olvido y retiro, acompañada por un cumplidor John Cusak, escritor-terapeuta que no puede sanar a su propia familia, más la víctima esposa, Olivia Williams, de neurótica apesadumbrada cuyos hijos parecen querer repetir su historia, un filme que debe mucho a sus intérpretes cuya fuerza, poder y atractivo mantiene al espectador atento a sus andaduras y porvenir pues, respecto a la desgracia e inmundicia, no es la muestra más sagaz y perspicaz observada, un "Cómo conquistar Hollywood" que se centra en el estrés, angustia y desorden de sus miembros, en su ambición, inestabilidad racional y carencia emocional que viven todos ellos, lectura que explota su lástima y confusión sin densidad ni floreciente crédito en lo observado, argumento que busca frenéticamente el dolor, la ansiedad y amargura de sus caracteres con el único objetivo de hacerlos rodar, rodar y rodar hasta el abismo de unas tinieblas no tan opulentas ni jugosas como se anhela, decoración de ocaso que 
gira en exceso al sensacionalismo y la desproporción forzada, lo que empieza con suculencia y curiosidad, pronto cojea disminuyendo su habilidad, captación y apego resultando, al final, una construida fábula sobre cómo acabarás si te portas mal...,un asedio y castigo para los codiciosos, impuros y perturbados por herencia familiar.
Contenta, te vale pero no alcanza todas sus posibilidades, melodrama surrealista, radical y, en extremo, drástico que no alcanza para fascinación creíble o sugestión hipnótica, trama cuyo intento de ser aguda y punzante pierde enteros y se convierte en un baile de tragedia shakespeariana que se estrella contra su propio mapa, explicación que enlaza todo el ecosistema sin excesiva motivación, énfasis o pasión, un dramatismo pintoresco y excéntrico cuando, el núcleo de su base, no cuenta con tan nutritiva y rica dosis y se queda en numerito desmesurado, superlativo que decora, hace ruido pero cuyo contenido no alimenta como debería.
Termina por parecer, un relato preventivo para niños, que narra el horrible mundo de los adultos, que hay que evitar pues, en caso contrario, ¡vendrá el coco y  te comerá!, amén del monstruo de las galletas, el hombre del saco, el lobo, o ¡un familiar que supere a los cuatro! ..., así que ¡a portarse bien! con mensaje oculto: dedícate a otra profesión que no sea ésta, no ocurra que cumplas tu sueño y acabes viviendo ¡El juego de Hollywood!; Cronenberg/Altman..., ¿acabo de meter el dedo en la llaga?