domingo, 24 de mayo de 2015

Lo mejor para ella

Elliot Anderson (Kevin Costner) un hombre viduo golpeado por el reciente fallecimiento de su mujer, que además debe criar en soledad a su querida nieta Eloise. Las cosas se complicarán cuando Rowena, la abuela paterna (Octavia Spencer) reclama judicialmente la custodia de la niña, quien se verá envuelta en un pleito que enfrentará a dos familias que quieren a la pequeña profundamente. 


Delicia de envoltura que se olvida de complacer en su contenido, descuido que padece el espectador con su inocua y descafeinada visión.
Cuántas veces ocurre que, al pasar por una panadería, ves un pastel irresistible, suculento que come la vista, que hace la boca agua, que atrae tu atención, al instante, por su deliciosa presencia y presunto sabor, que despierta tu apetencia y ansiedad por probarlo, devorarlo donde, tras tu precipitada decisión de comprarlo, viene la sorpresa decepcionante de que tan esperada degustación, de ascendente ilusión inicial, se convierte en desaborida apatía anoréxica, un pequeño mordisco para hallar que resulta ser algo soso, común, apenas recordable cuyo bocado sabe a poca ganancia, placer, sin mucho mérito ni estima por parte de quien lo prueba, suculencia nunca hallada por mucha bonanza y esperanza que deposite el comprador.
Pues, algo parecido pasa con este presunto melodrama, trágico y doliente, sobre la tensa y ardiente disputa racial por la custodia de una niña, enfrentamiento insípido, desganado donde el acicate de ver a Kevin Costner moverse con soltura, arte y comodidad en su papel de abuelo materno no da suficiente enteros para atraer la atención durante todo el proceso, pues nuestro antaño bailador con lobos, que casi se ahoga en su propia agua, obsesivo cartero y espléndido receptor de mensaje en una botella mantiene un nivel óptimo y loable, veraz y eficiente durante toda su interpretación sólo que, el argumento no le acompaña con el mismo empeño ni soberbia ya que ni es severo, ni profundo, ni mártir, reflexión cándida e inocente, blanda en su esquiva perspicacia de la que también peca un guión endeble en su contenido, con evidente delgadez de sentimientos y ausencia de sentidas emociones, fotogramas sin fuerza ni carisma que viven más de la decoración externa que de ofrecer un verdadero 
"Kramer contra Kramer"; observas su andar y discurso con una relajación inapetente, visión conformada que sigue el proceso con nulidad de implicación, percepción uniforme que no se altera, ni anima, ni involucra, ni excita por mucho que fingan o intenten, sin resultado ensalzable, subir los decibelios de la narración.
La hipotética fuerza y arrebato intuidas para conflictos de tanta potencia simplemente no se presenta, suavidad que no requiere esfuerzo para ser vista, digerida y consumida, espera de dos horas largas de casi-nada cuando, a los 40 minutos, tus sospechas primeras ya confirmaban que no ibas a encontrar pasión, ni encanto, ni adoración, que la naturalidad edulcorada que se muestra presenta debilidades obvias de no acceder a crear tensión, incógnita o incertidumbre, leve visita a los resquemores, sinsabores y resquicios de dos familias unidas por el amor hacia su nieta, un informe poco original donde el "...about muy baby, it don't matter if you're black o white", tiene confirmación, como expresó con ritmo inolvidable y arte irrepetible un añorado Michael Jackson.
Es plácida y serena, permite respirar y relajarse pero, al tiempo, también se lleva consigo, en su tenue y cálido viento, todo el posible carisma e ímpetu sensitivo deseable, que se hecha de menos en demasía, y que llegado el momento, es muy requerido y necesario, atractiva fotografía acompañada por excelente banda sonora, elegida con aprecio y preferencia, que no se ve corroborada por las imágenes que representan, armonía sin garra ni coraje que espera demasiado de su calmada y flemática presentación, bondad y parsimonia de encarar un combate que es imposible eleve la temperatura y sacie las perspectivas donde, su elegancia y respeto para mostrar el dolor, se vuelven en contra de su propio creador.
Películas sobre combinaciones raciales que deben aprender a convivir en sintonía las hay muchas, en tono de comedia y humor o tragedia y dolor -quién no recuerda la divina "¿quién viene esta noche?"-, en esta ocasión, la vivencia es exigua, pobre y carente, poco estímulo/menos incentivo para escenas que deambulan por superficie sencilla y llana, planicie que no eleva sus miras ni alcanza gran altura, se puede ver sin problemas/también sin motivación, decir de ella que aburre sería exagerar, decir de ella que se esperaba más picante y mayor intensidad es amargura de una verdad que es rápidamente aniquilada..., una entrañable mirada, de maquillada simpatía, que no se consolida en convincente amistad, amabilidad sin efecto ni respuesta pues la película entera ni se siente, ni se sufre, ni se ama..., una única emotiva indiferencia que adormece tu esencia e insensibiliza tu corazón lo cual es aún peor y ¡más devastador!