lunes, 11 de mayo de 2015

Suite francesa

"Tócala otra vez, Sam" le decía una bella Ingrid Bergman al pianista de "Casablanca", aquí no dan ganas de volver a oír la bella canción que abandera tan apagada obra, a pesar de su innegable exquisitez y magnificencia.
¿No debería haber más pasión, fervor en todos los sentidos?, ¿en el romance, drama, en la guerra, en la incertidumbre y en su temido destino?, ¿su narración no debería ser más sentida y verosímil?, ¿su contenido menos hermético y frío?, alineado con orden, enfilado con método, sí pero ¡sin carisma ni gratitud sensitiva!, ¿no debería captar, sin duda alguna, tu atención, apego y curiosidad por su devenir presente, pasado y futuro?, ¿soy yo o es visión ausente que apenas endulza, conmueve ni hace reaccionar a nadie?, ¿han puesto el automático y se han ido, o qué?
Observas a una excelente actriz, una excepcional -como siempre es norma placentera en ella- Kristin Scott Thomas de horrible madrastra a compañera compasiva, a una Michelle Williams de cenicienta enamorada y confundida a heroína valiente y, a  Matthias Schoenaerts de príncipe equívoco que se debate entre sus contradictorios sentimientos actuar con esmero, profundidad y empeño para traer a colación un resultado banal e ingenuo, limitado en todos sus aspectos pues caminas por la historia de amor imposible, por la invasión nazi, por la amistad errónea, por los enemigos escalofriantes, por los aliados sorprendentes..., sin gran interés ni 
degustación, con aburrimiento insulso y desgana insultante, todo un insustancial movimiento escénico que sólo alcanza un grado fidedigno de calidad a 40 minutos de su final, cuando el cuento de amor se ha transformado en un juego de espías y engaños y algo de adrenalina y agitación asoman su talento por unos fotogramas que cuentan con una recreación distinguida, una fotografía delicada, unas actuaciones espléndidas, un recital artístico pleno y candente pero que, en su armonía y conjunción, falla estrepitosamente al no temer con ellos, no enamorarte de ellos, no llorar por ellos, no angustiarte junto a ellos ni esperanzar con su ardiente deseo y tembloroso miedo, el cual se plasma con devoción y esfuerzo para quedar en pantalla y jamás cruzar ese fantasioso, querido y necesario puente de comunicación que debe crearse entre el alma de la película y el corazón del espectador, entre la esencia de los personajes y la vivencia de toda tu persona en su respirar, temblar, reír, amar, sufrir y llorar.
Estéril la impecable puesta en escena, nula su efectividad práctica a pesar de la riqueza de su razón teórica, la cual emana de una novela que, siendo desconocida para la presente, necesita poco para superar a una obra que adquiere temperatura y calidez, suspiro y vigor rozando su etapa conclusiva, cuando por fin logras captar, sentir y creer lo interpretado pues ya no es fantasma angelical que pasea su arte con buenas intenciones pero apenado y compungido resultado.
¿Qué decir cuando los ingredientes son un acierto y la comida un fiasco?, ¿cuando se sigue a pies juntillas las instrucciones de su elaboración pero se obtiene un plato soso y desaborido?, ¿es un complot para certificar que ninguna película supera al libro del cual nace?, ¿cerciorar que la palabra escrita le da mil vueltas a la imagen rodada?, porque, aquí, palabrita del niño Jesús que es cierto, que hay poco que palpar, advertir y confesar ya que el vidente no es culpable de la falta de habilidad de Saul Dibb para recrear las impresiones que sus personajes exhiben, para conformar esa realidad tan apetecible que los rostros y sus voces pertinentes recitan pero que se queda en agua de borrasca que no confirma esa tan deseada tempestad, tormenta que se evapora nada más nacer y se queda en escarceo que moja el suelo pero no nutre la tierra, lo cual molesta pues, ¡por una vez que querías mojarte, empaparte, regodearte bajo la abundancia de una lluvia que permitiera rememorar "Cantando bajo la lluvia" bajo el emblema sutil y sabroso de esta "Suite françoise"...! va y se queda en supuesta alma incandescente que no logra ni alcanza para brillar.
Tristeza de un desapego no esperado, de una delicia no vivida, de un deambular vacío que anula su completo disfrute, acentúa su trabajo/deja escaso recuerdo/desperdicia su posible beneficio, su productividad es tan baja que cabe preguntarse ¿cómo es posible tan nimio rendimiento con tan gustosos miembros?, ¿tan imperceptible regodeo con trabajadores tan eficientes en su arte?
Tu esperanza se mantiene intacta hasta la llegada del lobo alemán, cuando observas con estupo que el relato no aumenta sus decibelios y que el desfile interpretativo, a pesar de su talento, no da para mantener el optimismo de lograr empatizar con ella, de una complicidad afortunada y, todas las cartas caen y el castillo de naipes se derrumba cuando, 
llegado el imposible amor, éste florece menos que ¡una rosa en pleno desierto!, aunque su aridez y sequedad si que hacen acto presente.
Sin consuelo que anime tu desolación, ni semilla que frene tu devastación, ni salvavidas que te proteja de la caída..., con ingenua aspiración afectuosa, inocente pretensión de enamoramiento e ilusión de calurosa complacencia..., pronto quedas demacrada y desamparada, triste y sola, más apenada y solitaria que Fonseca.
Inesperada decepción por ausencia de participación en sus emociones, pobre sensación generalizada.



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