viernes, 8 de mayo de 2015

Papeles en el viento

"¿Qué le dejo yo a mi hija?" Tres fantásticos amigos que la querrán toda su vida, como si fuera su propia hija.
La fuerza de la amistad, en los malos momentos, como motor de arranque y base de un argumento que se mueve entre el dolor presente y el recuerdo de un pasado más halagüeño, la pérdida de ese hermano querido que causa tristeza y añoranza y que es obligación moral y leal hacia la promesa hecha, cuidar de una niña a la que hay que transmitirle la pasión por el fútbol, el amor por los colores del equipo, ese delirio y adrenalina que reúne a los colegas, domingo tras domingo, en una deliciosa rutina de viaje, compra de entradas y disfrute del maravilloso y cálido ambiente de los papeles en el viento, suspendidos en el aire, cuando salen los jugadores al campo y la emoción del espectáculo está por empezar, esa sabiduría de cháchara incesante, conversación intrascendente de quienes son expertos entrenadores del deporte del pie, encubierto, que llena las horas, refuerza los vínculos y es exquisitez de vida por levantarse cada mañana a la espera de ese día.
Legar la herencia entusiasta del patriarca desaparecido a su descendencia y asegurar su bienestar económico -por inversión desacertada del susodicho que se lo juega todo a una carta mal jugada- es el cuerpo de un guión flojo, débil, de buenas intenciones pero escaso que aborda el sentimentalismo y la desesperación de quien engaña, miente, traiciona y hace lo que haga falta por cumplir
su palabra y donde, la presencia del deporte rey, es mera excusa y anécdota en la que apenas se incide, ligereza y modestia como adjetivos principales de un equipaje que opta por la suavidad para escapar de lo complicado, simplicidad que no ahoga, sencillez que no asfixia pero, a la vez, impiden profundizar en un relato que pasa por encima de las cosas serias, que relega el tormento a un lado para centrarse en entretener y divertir a la audiencia, habilidad en la que tampoco acierta con consistencia pues sólo ofrece gotas superfluas, pinceladas nimias de un humor, presunta comedia, ausente en la mayoría del trayecto trazado.
Trama que realza el lema "Todos para uno, uno para todos", sin límites, ni disculpas y hasta el final, pase lo que pase, sólo brevemente se disgrega y surgen discrepancias, en el sólido equipo A, para crear una escasa tensión y rebeldía que, prontamente, se resuelve siendo lo que sustenta y mantiene al filme el arte y talento de sus intérpretes -Peretti, Rago y Echarri- , un armonioso trío que con su sincera y cómoda actuación se ganan la atención del público ya que, por mucho que se les aprecie y coja cariño, la
levedad es estandarte que define su contenido y sustancia, andadura sin muchos contratiempos ni excesiva motivación, honradez que no eleva, en demasía, su voltaje.
Una comandancia de los miembros de la orquesta que disimula carencias de la obra representada y de quien lleva la batuta en la dirección, sabor medio que no alcanza grandes cuotas pero evita el pasteleo, no solicita gran interés ni gran esmero en su observación y seguida, atención gratuita que se entrega sin peaje, que va y viene sin problemas según alicientes para obtener una media prototipo -están bien, puede verse, gusta sin esfuerzo- que agrada según ocasiones aunque, sin grandes alteraciones ni enormes sentimientos.
Poca estela de ínfima huella para el acostumbrado encanto y delicia que se desprende, en general, al visionar el sugerente cine argentino, neutralidad que no logra caldear pero tampoco hace huir al personal, da para pasar un tiempo agradable de tenue compás y emociones al dente, sin excesiva cocción, agilidad en las formas y simpatía fácil de entregar, carácter moderado de suavidad grata para la importante misión que se ha de llevar a cabo pues ¿hay crimen mayor que tu hijo sea del Racing siendo tú del Independiente?, ¿desprecio mayor al legado paterno que ser aficionado del Boca y tu prole del River, ser merengue y tu hijo amado colchonero o, pero aún, culé convencido?
¡Un poquito de por favor!, que hay detalles que maltrechan al corazón e imperdonables amores que duelen en el alma.
Hay que asegurar la aficionada herencia no sea que se pierda o mancille al caer en errónea esencia o, el colmo del despropósito, la desgana e inapetencia hagan acto de presencia en un espíritu que ignora y olvida el valor de sus raíces ya que ¿qué opción es más desastre total?, ¿qué no le guste el fútbol o sea del eterno rival?








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