sábado, 2 de mayo de 2015

Mandarinas

La convicción, calma y serenidad de ayudar a quien lo necesita.
Dos estonios, vecinos preocupados por su cosecha de mandarinas, ajenos a una guerra que no les incumbe pero les afecta, más un checheno y un georgiano haciendo vida en una estancia fría y gélida, dura y tensa, sentados a la misma mesa, poker de miradas penetrantes, palabras ofensivas y amenazas cortantes, la sombra de la muerte rondando su espíritu constantemente y la evolución natural de que ese extraño adquiera nombre, se le conozca, se le sienta y la guerra pase a ser el absurdo que siempre era pues es fácil matar a un desconocido/arduo difícil cuando le pones cara, sentimientos y le haces humano.
Poca dicción, limitada voz de diálogos secos, austeridad en las formas y la gratitud hacia una buena persona que les salva la vida, tiempo para recuperarse que implica conocimiento del otro, la sabiduría de las emociones, romper ese techo de cristal levantado para poder manejar una metralleta y, a cambio, ver, sentir, saber, estimar, no al enemigo, sino al conocido (amigo) que acabas de encontrar, recuperar la humanidad de la que se había huido y conformar una pequeña familia inesperada y esquiva capaz de convivir, ayudarse, respetarse y quererse sin el odio que les trajo allí y con el agradecimiento de quien te lo da todo sin preguntar, sin juzgar, sin pedir ni esperar nada a cambio.
Rígida y solemne presenta, con gran sencillez, la desfachatez, sin razón y memez del conflicto armado y sus desdeñables efectos, un guión sobrio, de absorbente potencia que conoce su meta y cómo llegar a ella, pausa de movimientos sincronizados que, como en exquisito teatro, se ofrecen con magistral puntería a cada subida de telón para llegar a un destino de compañerismo donde se olvida el rencor, la venganza y la desgarradora obsesión de imponerse y acabar con tu compañero de temporal vivienda, sorprendentes vecinos, de casero noble y la audacia y habilidad de un argumento modesto, conciso, agudo y firme, amén de cautivadoras interpretaciones -magnífico, fuerte, interesante Lembit Ulfsak en su humildad de pasos, lógica de actos y coherencia de pensamiento- y una dirección de impresiones marcadas y sensaciones tensas a la espera de una siempre amenazante explosión que derivan hacia el amansamiento de quien supera la ceguera de una minoría de edad y abre los ojos al despertar de la madurez afectiva, de quien no es diferente -ni mejor ni peor- que tú, sólo un hombre con los mismos miedos, alegrías y esperanzas, deseo de volver a casa, sano y salvo, con la familia.
Poco hay que decir, apenas insistir cuando el conjunto, simplemente, seduce y entusiasta, cuando su sola presentación atrapa y alimenta una curiosidad que quiere estar presente en ese tratado de inmunidad acordado en zona muerta, en espera a que se levante la obligada amnistía aceptada, apetecible entereza, naturalidad adorable para una historia escrita en dos semanas, rodada en un mes, parca en vocablos y explicaciones que no necesita abuela que la venda ni promocione pues se vale por ella misma.
La belleza silvestre de Abjasia, tierra hermosa disputada por todos, escenario de un encuentro agresivo, fortuito e incómodo, situada en los 90 cuando Rusia la consideraba independiente y Georgia la reclamaba como suya mientras los estonios que la habitaban eran forzados al destierro, que sin profundizar ni entrar de lleno en todas sus posibilidades de intensidad y fuerza anímica, ofrece una muestra solvente del despropósito virado hacia la cordura, densa amargura que halla descanso en el dominio de una razón que desbanca todo el sinsentido mezquino y feroz de quien lucha por ideales patrios que se anulan con el roce, el diálogo y la sana convivencia.
Respeto y consideración por admirar la facilidad del trabajo bien hecho cuando se tienen claras las ideas y se conoce el camino, sin complicaciones, sin estrategias, modestia como titular de andadura para quien no necesita verborrear con insistencia para expresar con claridad su lema, persistencia en mantener su encuadre, fidelidad a su punto de mira para un resultado reflexivo, sensato, conciso que satisface sin llegar a colapsar, eclipsa al tiempo que permite respirar y enamora sin saturar el bombeo cotidiano de un corazón que es leal a su métrica.
Agrietado impacto de inquietud leve y gran ingenio capaz de sentenciar sin apenas nombrar, promesa de quien cumple la palabra dada en una portentosa gravedad que arrasa e inunda con un breve "...esta guerra es contra mis mandarinas" que se van a echar a perder sin tener la culpa de nada.
Firmeza estoica.



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