domingo, 31 de mayo de 2015

Son of a Gun

Encerrado por un delito menor, el joven JR (Brenton Thwaites) aprende rápidamente las dureza de la vida en prisión, y que para sobrevivir dentro hay que buscar protección. Pronto se encontrará bajo la mirada del criminal más famoso de Australia, Brendan Lynch (Ewan McGregor), pero ese amparo tiene un precio. Lynch y su equipo tienen planes para su joven protegido: tras salir JR en libertad, deberá ayudar a Lynch con su plan de fuga.


"Las cosas no son como imaginas"; lo que no es imaginación, sino infatigable verdad que desearía se agotara, es que ante un paseo por prisión, atraco a la vista y romance entre medias te aburres como no esperabas, observas las amenazas, peleas, tiros, enfrentamientos, huidas y esperanzas de éxito más anodino y apagado, ridículo y triste que una tortuga en intento de carrera, acelerada desgana que no se interrumpe en ningún momento y cuyo cacique y alumno aventajado es tormento inesperado de ausencia de motivación, despreocupación por su aventura y escaso interés ante su resolución.
¿Dónde dejó, Julius Avery, el alma de esta película¿, ¿su personalidad e identidad propia para evitar convertirse en un desfile de hechos y actos sin esencia, espíritu o carácter?, de dos cortos da el salto al largometraje olvidando que aquí hay más minutos que rellenar y que la intensidad, frenesí e incertidumbre hay que mantenerla durante ¡todo el trayecto!; Ewan McGregor de pretendido ladrón, con supuesto estilo y firmeza pero a quien le falta porte, fuerza y atracción por su persona e historia, un joven novato, de señuelo para jugar al ahorcado, que rueda sonámbulo y perdido recibiendo órdenes y ejecutando lo dicho como quien va a comprar a la tienda con la lista hecha, mirón sin garra ni chispa que ocupa el lugar del comodín que aspira a ser exclusivo jefe y, un proyecto de robo poco inspirador, ni cautivador ni penetrante, que se mira y absorbe con la misma pasión que observar a los abuelos del parque jugando a la petanca, sólo que aquí se sustituye por una estratégica partida de ajedrez que intenta aportar talento e ingenio a lo que es plano, alicaído y desganado.
Dos monos, el chimpacé y el bonobo, completamente diferentes, unos agresivos y crueles pelean por el territorio, los otros se dejan coger por su empatía, amabilidad y compañerismo, debilidad o fuerza según se estime, tú tienes que descubrir a quién perteneces..., discurso profundo, de marcado calado, que posee energía y nervio entre rejas pero se desinfla al salir de ellas, que suena a patético vacío cognoscible sin contenido reflexivo sobre el que pensar donde nada ni nadie les libra del fiasco emocional que supone verles actuar, recitar sus sentencias, moverse con esfuerzo y entrega y que tanto empeño se quede en descuidada oportunidad para sentir, vibrar o fascinarse por algo más alla de su dinámico escaparate.
Nula presión de tensión ausente que, para lo poco que se le ocurre aparecer, cuando surge y asoma la cabeza, la esperada acción, adrenalina y entusiasmo no llega a ninguna parte, juego del gato y el ratón donde cambian los roles y las persecuciones, lo que no varía es la indiferencia por quién vive, quién manda, quién tiene el oro o quién se supone lleva la batuta o es "el padrino"; el submundo de la 
delincuencia a alta escala, de los negocios turbulentos y de las deudas impagadas que apenas levanta pasión, imán o un razonable sabor, gusto comedido donde nadie se fía de nadie, ni tú tampoco de que, esta producción australiana, cumpla con su labor más lejos de una limitada corrección que no marca ni cumple con las perspectivas levantadas.
Se ahoga y aprende a nadar pero no consigue hacerlo con arte y esmero, escasez es la palabra que mejor la define, juega, apuesta y, aunque no pierde lo invertido, éste es tan pobre y nimio, que las ganacias no cubren para disfrutar de ellas con amplitud y ganas, pequeña incómoda caries que al principio apenas se observa o molesta pero que coge tamaño por el camino hasta arruinar el diente entero por no haber sido corregida y estirpada a tiempo.
"Son of a gun", sólo que la pistola es de bajo calibre, con balas de fogeo, mucho susto, ruido y alboroto pero no se hace con nadie ya que, tras el inicial impacto y primeros minutos expectantes, todo se diluye y queda en espectáculo que no engancha, teatro que no seduce, circo de malabarismos que logra el mínimo requerido al arriesgar poco y dejar, fuera de su oferta, al olvidado y arrinconado corazón marchito.
La parte buena -o mala, según se entienda-, ni te inquietas ni sufres pues en conjunto es insuficiente, pasable si se quiere aunque, ante tal conformismo y condescendencia, más carisma y eficacia ¡que me estoy quedando helada!
Me reitero, aún con peligro de pesadez y redundancia, escasa.